jueves, mayo 21, 2009

Buena pesca

Sigo hoy con Valencia porque quiero anotar algo que me había pasado desapercibido hasta la semana pasada: es una ciudad donde se palpa la literatura. Sus librerías de viejo no tienen nada que envidiar a las de Madrid. Incluso he encontrado algunos títulos que llevaba años buscando por ahí, sin éxito. Y los encontré en Valencia sin pretenderlo. Como si me salieran al paso. Quiero creer que el destino los estaba reservando, en ese o aquel estante, para el momento en que me diera por entrar a las librerías y fascinarme con sus stocks.
La librería París-Valencia, en la que a veces compro por correo electrónico, tiene cuatro sucursales. Fue un colega, el poeta Javier Das, quien me llevó a una de ellas, en la calle Pelayo. Javier pasa los veranos en la ciudad y se conoce las librerías más potentes, por lo que hizo el papel de cicerone. Aguanta tanto en una librería como yo, y eso es decir mucho porque existen pocas personas que, como nosotros, soporten tantas horas seguidas viendo libros. En el local de Pelayo, donde se puede gozar de una cantidad asombrosa de ejemplares baratos, encontré a unos tres euros el volumen “Bukowski: Una vida en imágenes”, que nunca antes había comprado porque costaba casi veinte euros. En un estante de difícil acceso, medio escondido y en sombras, localicé una perla: “El aullido del mudo”, los artículos que el desaparecido Raúl Núñez publicara en la revista Turia. Es un libro que no había tenido jamás en las manos. En la primera página consta, aún, el precio en pesetas. De Núñez es fácil encontrar en los cajones de saldo algunos de los libros que publicó en Anagrama, pero éste nunca lo había visto por ahí. La mayor alegría de ese fin de semana me la llevé en la Librería Primado. Merodeando por la sección de poesía encontré uno de los pocos poemarios que me faltaban de David González: “El hombre de las suelas de viento. Poemas Africanos de Arthur R. (1879 - 1891)”. Lo publicaron en la editorial valenciana Germanía, y juro que lo había buscado hasta debajo de las piedras, y que incluso en una librería de Gijón se comprometieron a enviármelo y jamás me llegó. De las cartas de Arthur Rimbaud, David extrae el oro de la poesía, selecciona aquellas frases más llamativas o poderosas y las convierte en poemas. Un trabajo de minero. Compré también un ejemplar de los diarios de Miguel Sánchez-Ostiz, “La casa del rojo”, escritor que me recomendó Patxi Irurzun. Estaba a dos euros, o así.
Estuve en otra de las sucursales de París-Valencia, situada en la Plaza Alfonso el Magnánimo. Allí me llevé una alegría y a la vez una decepción. Me explico. Tengo en casa todos los libros de Frédéric Beigbeder, salvo uno que no lograba encontrar: “Barbie”. Lo vi en una pila de saldos, a dos euros. Iba a llevármelo, entusiasmado, hasta que le eché un vistazo. Se trata de un pequeño engaño: Beigbeder sólo escribe un prólogo de dos páginas. El resto son fotografías de la muñeca Barbie. ¿Y qué hago yo con eso? Así que ahí lo dejé. Puedo ser freak, pero no tanto. En cambio, me llevé un librito de “Cuentos inéditos” de tres autores del género negro: Val McDermid, Dennis Lehane y Jerome Charyn. El principio del cuento de Lehane, autor de “Mystic River” y “Shutter Island”, es demoledor: “Tu padre va a buscarte a la cárcel en un Dodge Neon robado, con tres gramos de cocaína en la guantera y una prostituta llamada Mandy en el asiento trasero”. Estuve en otras librerías. La que está en la calle Nave, creo que se llama Facultades, tiene una especie de trastienda-almacén donde se me hizo la boca agua. Pillé una novela de Virginie Despentes. Fue una buena pesca.