Escucho, con tinta escribo lo que bien sé que
se afanan por decir con sus silencios, mayores
que las palabras: aprensión por seres queridos
–Amada mía: cómo te las vas apañando–
qué fue de sus pequeños terrenos de cultivo
–¿habéis cosechado suficiente para ahorrar?–.
Anhelan la comodidad de su anterior vida
–hoy te veo allí, diciéndome adiós con la mano–.
Algunos envían fotos, un retrato en caso
de que el cuerpo no regrese. Otros dictan las
verdades de la guerra: Un aire caliente arrastra
el hedor de miembros podridos hasta los huesos.
Vuelan negras nubes de moscas. Hambre y flaqueza.
Al morir un hombre nos comemos su ración.
Natasha Trethewey, Guardia nativa
Hace 1 hora