jueves, abril 30, 2009

Mapa mudo, de Hilario J. Rodríguez


Todos los días acompañaba a sus hijos al colegio y luego se iba a escribir a una lavandería, para que, en caso de que alguno regresase de forma imprevista, no lo encontrase en casa sin hacer otra cosa que escribir o beber. Su época no permitía ese tipo de ocio en los hombres. Sin embargo, en el hogar de los Cheever era la esposa quien trabajaba, mientras él intentaba vivir de sus cuentos o de sus novelas. Había tardado mucho tiempo en encontrar su propio mundo y cuando dio con él todavía le costó unos años dotarlo de una forma lo bastante correcta. Antes había buscado inspiración y maneras en los espacios abiertos, en la épica y en cierta grandilocuencia de la literatura norteamericana; luego se conformó con cosas más pequeñas.