Encuentro una noticia reciente sobre una visita de la Comisión de Fomento del Senado a la T-4 del Aeropuerto de Barajas. Los senadores y demás peces gordos hicieron una ronda por la sala de crisis y las dependencias donde tratan los equipajes, entre otros sitios. Pero seguro que no practicaron lo de esperar a los pasajeros en las puertas de Llegadas. Apuesto lo que sea a que al director no le pareció conveniente que se situaran allí a esperar a quienes procedían de algún vuelo con retraso. Desde luego: ese rincón no es para los peces gordos, sino para los que formamos el pueblo. Gente sencilla. Padres, abuelos, novias, hijos, nietos, trabajadores que acaban de salir de la oficina, chóferes que sostienen carteles y amigos que sujetan pancartas de bienvenida. Gente que espera en pie, como si fuéramos, no sé, caballos o algo así.
Fuimos la otra noche a la Terminal 4 de Barajas a recoger a unos familiares. Un buen viaje siempre debería tener esa guinda: que los seres queridos te esperasen en Llegadas con los brazos abiertos. En ocasiones falta ese broche y uno siente un poco el desamparo, incluso aunque vaya acompañado. Aunque lo importante es estar en tierra ya, a salvo. Y luego hay tres opciones, cada una de ellas peor que la anterior: taxi, metro o autobús. Hacía tiempo que no iba allí a esperar a nadie y se me había olvidado lo que es la T-4. Una sala fría. Como una nave. No hay un solo asiento. Ni una butaca. Ni un miserable banco de plástico. A menudo hay retrasos en los vuelos y uno no sabe el momento exacto en que aparecerán los viajeros a los que espera. Aunque en las pantallas ponga que el avión está “Landed” o “En tierra”, hay una amplia diferencia entre ese momento anunciado y el minuto en que por fin los ocupantes del avión salen por las puertas frente a las que esperamos. Podrías irte a la cafetería, que está a unos metros. Pero desde allí no se controlan las llegadas, hay demasiada gente y no se ve bien. Y tampoco quiere uno gastarse los cuartos en un café o un refresco que, a lo mejor, no tiene ganas de beber. Bien. No han puesto ni una miserable silla. Ya no lo digo por mí, que aún tengo edad para aguantar de pie lo que me echen (y en Barajas siempre se te va más de media hora esperando). Lo digo por otras personas. ¿Nadie piensa en los ancianos? A las abuelas también les gusta ir a esperar a sus nietos al aeropuerto. No es imposible. También hay niños que se cansan. O, no sé, gente que necesita tomar asiento por alguna dolencia. No es de recibo que una sala de espera esté acondicionada sólo para jóvenes sobradamente preparados y capaces de aguantar una hora en pie, aburridos y con las manos en los bolsillos, mirando a las puertas mecánicas de doble hoja hasta que el cierre y la apertura continuos les hipnotizan.
En Salidas sí hay asientos. De plástico, creo recordar. Quizá no se plantearon las largas esperas de los ciudadanos en Llegadas. Estar allá se le hace a uno interminable. En ocasiones he ido solo. No sabes qué hacer con las manos. Te llevas un libro, pero es incómodo leer de pie, con el cuello doblado en un ángulo poco saludable. Hay algunas columnas y a menudo la gente apoya un pie y el tronco, para descansar. También es incómodo. Y luego quedan las barras horizontales que separan a los que esperan de los que llegan. Barras horizontales. Te apoyas en ellas, pero no sirve de mucho. Aquello es frío, impersonal, es una lata. En estos días se viaja bastante, se va a menudo a esperar a los familiares lejanos, así que quizá tengan ustedes una experiencia reciente. ¿Y qué me dicen de esos recintos para leprosos, perdón, para fumadores? Menos mal que no fumo. En suma: sales pensando que alguien nos tomó por ganado.