La gente empieza a comprar por internet. Me refiero a los libros. Parece que ya no hay tanto recelo. Me decía un amigo poeta (y editor) que le sorprendieron las ventas por web de los libros que ha publicado. Que no es sólo una cuestión de distancias entre las ciudades, sino dentro de la propia ciudad. Quiere esto decir que personas que viven en Madrid le compran libros que podrían adquirir tras desplazarse ellas mismas a una librería del centro. Lo encontré lógico. Madrid es muy grande, también hay lectores en las afueras y yo mismo lo he hecho, lo de comprar libros de Madrid estando en esta ciudad. Cuando el libro que quiero sólo lo tienen muy lejos de donde vivo, por tratarse de un ejemplar difícil de encontrar aunque barato, y calculo el tiempo que tardaría en ir a la librería y volver a casa tomando el metro y haciendo varios trasbordos durante los trayectos, y el tiempo empleado supera los sesenta minutos, entonces prefiero comprarlo a través del correo electrónico. Porque el tiempo es dinero. Y los trayectos en metro también cuestan una pasta. De modo que ese tiempo que uno pierde en ir y volver y la suma total de los costes del transporte público, al final son más caros que pagar unos pocos euros por los gastos de envío.
Compro a menudo a través de Iberlibro, el portal donde es posible hacerse con ejemplares raros, descatalogados y difíciles de encontrar por los cauces habituales. Libros de todo el mundo, no sólo de España. Lo que no acabo de entender es lo siguiente. Uno compra un libro (o una camiseta, por ejemplo, mediante otra web; o un disco, o un dvd) a una tienda de Londres o de Miami o de Buenos Aires, por correo electrónico, y lo recibe en su domicilio en el plazo de unos pocos días. Uno compra otro libro a una tienda de España, también por correo electrónico, y tarda en recibirlo el doble de tiempo que el producto que encargó a esa tienda de Londres. Como lo cuento. Pedí el año pasado un poemario baratísimo a una librería de Miami y tardó unos días. Los libros que más tardo en recibir son precisamente aquellos que pido a tiendas de Madrid, ciudad en la que vivo. No se trata de pagar por tarjeta o contra reembolso, porque hace unas semanas pagué con tarjeta un libro que vendían en Madrid y aún no lo he recibido. Tal vez esto nos demuestre el funcionamiento actual de Correos. O lo vagos que somos los españoles, capaces de anteponer la pausa del café a la preparación de un envío que beneficiará a nuestro negocio. No soy capaz de entenderlo. Digan lo que digan, que tarde menos un pedido hecho al otro lado del charco que un pedido hecho en la misma ciudad en la que estás domiciliado, no es normal. Y no me ha ocurrido una vez, sino varias. Si, en el mismo día, hago una compra a una tienda de Barcelona y otra a una tienda de Buenos Aires, sé que recibiré antes el segundo pedido. Uno creía que era al revés. La primera vez que uno compra algún producto a Londres o a París, por Internet, piensa: “Uf, tal vez tarde dos meses en recibirlo”. Pues no. Sucede lo contrario. Es un lujo comprar a las tiendas del extranjero.
Admito, por otro lado, que sigo prefiriendo el sistema habitual: patearme las calles y recorrer las librerías y tantear los libros y leer las primeras páginas de cada ejemplar. Pero eso me sigue quitando demasiado tiempo. Cuando salgo en busca de algún libro, es probable que tarde horas en regresar. Las compras por internet tienen esa única ventaja: la de ahorrar tiempo. Pero a los comercios no les conviene: cuando uno va de compras, no sólo se lleva lo que buscaba, sino que compra más cosas. Hoy es un día perfecto para ir a las librerías. Lo digo por los descuentos.