Arthur Fellig fue uno de esos profesionales que comprendieron cómo deben ser las fotografías para la prensa. El suyo era un estilo crudo, impactante y rompedor, basado en la necesidad de informar aprisa y sin poses. Ir rápido, llegar el primero a la escena del crimen o del incendio o de la pelea, disparar con el flash y salir pitando. En el gremio lo conocían por un mote: Weegee. Fue una celebridad. En los años treinta y cuarenta retrató las calles, los rostros y las situaciones de una de las grandes ciudades del planeta, y eso es lo que podemos ver en el edificio de Telefónica sito en la Gran Vía de Madrid: “El Nueva York de Weegee”. Una exposición que contiene unas doscientas setenta imágenes de Fellig, ordenadas temáticamente: los incendios, el circo, Coney Island, los espectáculos, el strip-tease, los durmientes de la calle…
A principios de los noventa, el director Howard Franklin se inspiró en Weegee para construir su personaje de Leon Bernstein en la película “El ojo público”. Buena película, por cierto. A Bernstein, personaje que emulaba a Fellig, le dio vida Joe Pesci con su habitual nervio. Calcó su imagen: el puro en la boca, los rizos negros de la cabeza, las ojeras y la pesada cámara en ristre. Franklin se sirvió del fotógrafo para inventar una trama detectivesca. Recuerdo aún el estreno, y que yo ignoraba de dónde procedía el personaje. A menudo el ojo público estaba en la escena del crimen antes que la policía: lo lograba gracias a la radio de la poli de su coche. Me sorprende la fuerza de sus imágenes en la citada muestra de Madrid, que puede verse hasta mediados de mayo. Pero me sorprende más que retratara aspectos polémicos o escandalosos para la época: travestidos, borrachos, señoras totalmente desnudas, fulanos con tanga, gángsters muertos en la acera. Al margen de su trabajo para los periódicos, parece que a Weegee también le interesaba retratar a la gente que hacía su vida en la ciudad. Señoras encopetadas acudiendo a la ópera. Niños pobres durmiendo hacinados en un cuarto. Chavales bañándose junto al chorro de agua de la boca de incendios de las aceras de Nueva York (una imagen recurrente en el cine, y ya casi tópica). Marineros besando a mujeres. Hombres haciendo acrobacias en el circo. Espectadores metiéndose mano en el cine. Beodos durmiendo la mona sobre un coche o sobre una mesa.
Otro de los aspectos sorprendentes es que hay pocas poses. Parece que Fellig casi siempre pillaba desprevenidas a las personas. Lo cual demuestra en las imágenes un afán de naturalidad. En un par de fotos podemos ver a Marilyn Monroe. En una de ellas, a lomos de un elefante. Las más crudas, las más periodísticas, pues informan de un vistazo, son las que se incluyen en el apartado de crímenes, detenciones, ladrones, gángsters y asesinos, de policías y curiosos junto al lugar de los homicidios. Suelen ser escenas nocturnas, en las que se palpan la sangre, el miedo, la locura de una ciudad salvaje. Una de las mejores fotos muestra a tres gángsters acusados de sobornar a jugadores de baloncesto: los tres llevan sombreros y gabardinas y dos de ellos se tapan la cara con sus pañuelos blancos para evitar la cámara. En otra vemos a un fiambre en el suelo, boca abajo. Tiene sangre en la cara y el revólver está a sólo un metro o metro y medio del cadáver. Si tuviese que escoger una para llevar a casa, elegiría la de Joe Gould. Un gran personaje retratado en el libro “El secreto de Joe Gould” y la posterior película. Un bohemio que afirmaba estar escribiendo la historia oral de la ciudad. Fellig le hizo una foto que yo no conocía. Se ven sus uñas negras, su barba sucia, su mirada de soñador loco. Pero no la encuentro en internet.