domingo, marzo 01, 2009

Veintiún días

Imaginen, por un momento, que llegan a la orilla de un río y encuentran a un hombre muerto de hambre, mirando a los peces mientras se relame de gusto porque le encantaría comerse uno, asado a la lumbre. El tipo no sabe pescar. Tampoco tiene con qué hacerlo. Se revuelve inquieto, sin apartar la vista del agua, igual que los animales hambrientos que detestan mojarse y renuncian a la presa que huye por el río o por el lago. Según un viejo y conocido proverbio chino, si a ese hombre le regalas un pescado, lo alimentarás sólo un día. En cambio, si le enseñas a pescar, podrá alimentarse para el resto de su vida. Dicho proverbio aboga por la enseñanza. Una limosna o una simple ayuda solucionan un día. El método de enseñanza soluciona el problema durante más tiempo, si el aprendiz se lo toma en serio.
Ahora veamos otra variante que nos ha descubierto la televisión. No se trataría de darle un pez para que comiera y matase el hambre durante un rato, ni de suministrarle la caña y enseñarle a pescar, sino de darle una palmada en el lomo, decirle que quieres comprender su padecimiento, que te vas a mojar con él y luego sentarte a su vera, a pasar hambre los dos. Una estupidez. Mira, le dirás, quiero saber lo que se siente así, viendo a los peces pasar y sin poder pescarlos para saciar el hambre que te atormenta el estómago. Y luego le dices que te vas a quedar junto a él, sintiendo ambos lo mismo. Si te pregunta cuánto tiempo te quedarás padeciendo a su lado, respóndele que sólo veintiún días, bajo tutela médica, y que luego te largas a casa, a comer y a contárselo a la gente. Pues eso es, más o menos, lo que para mí representa el programa de Cuatro titulado “21 Días”. Se trata de la piedad mal entendida. De ir con los mendigos, con los hambrientos, con las anoréxicas, con las bulímicas, sufrir unos días y luego decirles: “Hala, majos, que os vaya bien. Yo me vuelvo al hogar”.
Supongo que la idea parte de lo que hizo Morgan Spurlock en su documental “Super Size Me”. Es decir, sufrir algo en sus carnes. Pero la diferencia es fundamental: Spurlock no se dedicó a los demás, sino a sí mismo. No se fue con quienes padecen, sino que se atiborró de grasas y dulces. Sin que luego le vieran partir a su casa. La intención de Spurlock no era apiadarse de quienes sólo se alimentan de fast food, sino atacar a las empresas que suministran las mismas, demostrando que su comida es muy sabrosa y crea adicción, pero te deja molido el organismo si abusas de ella. En el programa de Cuatro se trata de hacer un reportaje totalmente subjetivo, en el que el reportero viva y sufra lo mismo que aquellas personas a las que entrevista. Existen otros métodos mejores. Uno de ellos sería el reportaje tradicional, o sea: visitas cada día a los protagonistas y tratas de mostrar su realidad, sin más, sin pasar hambre ni durmiendo en el suelo. Llegas, haces tu trabajo y te vas. ¿Se imaginan si Truman Capote, en vez de entrevistar a los reos de su libro “A sangre fría”, hubiera pedido que lo encarcelaran a él también para ver qué se siente? Ya se lo digo yo: que, cuando pasaran los veintiún días y Truman se largara de la prisión, Perry Smith y Dick Hickock le dirían: “Oiga, amigo, no vale irse ahora. Quédese hasta el final, como todos: o sea, hasta que la horca nos apriete el cuello, incluyéndole a usted”. Creo que eso demuestra lo que digo. El otro modo es sacarles del atolladero. O intentarlo. Truman Capote, además, hizo lo contrario que hacen en el programa de Cuatro: en vez de convertirse en protagonista mártir, se hizo invisible en el libro. Desapareció. Este “docudrama” nuevo no me convence. Y creo que muchos pensamos lo mismo.