Junte usted a dos personas en una habitación y luego pídales que describan cuanto había a su alrededor. Por supuesto, habiéndoles pedido que salgan primero del cuarto. El resultado serían dos textos más o menos dispares. La memoria es caprichosa. Igual sucede cuando leemos una noticia publicada en dos periódicos distintos. Siempre hay puntos que no coinciden, a pesar de la supuesta objetividad que reclamamos en el periodismo. Si la noticia es idéntica en toda la prensa, no se alarmen: viene de agencias, la ha redactado una única persona y distribuido a las redacciones del país.
Georges Perec, que era un tipo inquieto, originalísimo y juguetón, proponía una especie de juego o experimento autobiográfico en el libro “Nací. Textos de la memoria y el olvido”, muy relacionado con los recuerdos. En uno de esos textos, el titulado “Carta a Maurice Nadeau”, comenta sus próximos proyectos literarios. A Perec le gustaba elaborar inventarios: de lo que comía y bebía durante un año, de sus cosas, de cómo cambiaba el barrio de su infancia de un año para otro, de los objetos que había en el escritorio en el que trabajaba, etcétera. En esa carta habla de un experimento que, lo apunto ya, no sé si llegó a terminar y a verlo publicado porque la obra completa de Perec no ha sido traducida aún al castellano. Consistía en establecer las diferencias entre lo que uno ve en los lugares en los que vive y lo que recuerda de esos mismos lugares. Copio el fragmento en el que explica el proyecto, y espero que los lectores lo juzguen tan interesante como me lo parece a mí: “He elegido doce lugares de París, calles, plazas, cruces, ligados a recuerdos, acontecimientos o momentos importantes de mi existencia. Cada mes, describo dos de esos lugares; la primera vez, describo sobre el terreno (en un café o incluso en la calle) lo que veo de la manera más neutra posible, enumero los comercios, ciertos detalles arquitectónicos, algunos micro-sucesos (un coche de bomberos que pasa, una señora que ata su perro antes de entrar en la charcutería, una mudanza, carteles, gente, etc.); la segunda vez, sin importar dónde (en mi casa, en el café, en la oficina) describo el lugar de memoria, evoco los recuerdos ligados a él, la gente que he conocido allí, etc. Una vez terminado, meto cada texto (que puede caber en unas pocas líneas o extenderse a lo largo de cinco o seis páginas o incluso más) en un sobre y lo sello con lacre. Al cabo de un año habré descrito dos veces cada uno de mis lugares, una vez en forma de recuerdo, otra como una descripción real sobre el terreno”.
Su intención era mantener ese proyecto durante doce años, al cabo de los cuales abriría los doscientos y pico sobres para leer lo escrito. A partir de la lectura, elaboraría índices. El escritor francés pretendía constatar “el envejecimiento de los lugares”, pero también de su trabajo y de sus recuerdos. Y añade: “el tiempo recuperado se confunde así con el tiempo perdido”. Se trata de medir aquello que se pierde en el camino: desde la observación directa hasta el momento en que, lejos del lugar elegido, hacemos memoria tratando de escribir algo sobre dicho lugar (o sobre las personas y las situaciones de esos sitios). Cada vez que leo a Georges Perec me acuerdo de la película “Smoke”, donde hacían experimentos parecidos. Como el de medir el humo: pesaban primero un cigarro y luego la ceniza del pitillo consumido por el fuego; la diferencia entre ambos era el peso del humo. Leyendo a Perec recuerdo “Smoke”, pero sabemos que es posterior y supongo que Paul Auster tuvo influencias del autor francés. No sé si Perec publicó este estudio. Sería interesante leerlo.