La sociedad nos manipula de tal modo que siempre vivimos con algo que temer. De vez en cuando leemos encuestas en las que el ciudadano comenta sus principales preocupaciones. Por lo general es el terrorismo el que se lleva el primer puesto. Pero creo que ahora lo que domina al ciudadano es el miedo al paro. A que le despidan del trabajo. A quedarse en la calle. A no tener bastante para pagar el alquiler del mes. Otros lo tienen peor que quienes temen el despido: son quienes aún no han logrado su primer trabajo o llevan años parados. Alrededor noto ese clima de miedo. La maquinaria social ha logrado sus objetivos. Hay crisis, claro, pero lo llevamos peor porque nos han inoculado otra vez el virus del miedo. Los gobiernos necesitan que el pueblo conserve el miedo. Así es más fácil ordenar al rebaño. Las dictaduras traen miedo: a la censura, al interrogatorio, a la detención, al calabozo, a la condena. Aquí no tenemos dictadura, pero el clima se logra por otros procedimientos. Medios, políticos, expertos.
Decía que noto esa atmósfera de miedo. Conozco a uno o dos tipos, o quizá sean tres, que se levantan cada mañana pensando que quizá sea hoy su día. Que quizá hoy, cuando lleguen a fichar, el director o el jefe o el encargado (o quien tenga a su cargo el papelón) les llamará a su despacho para anunciarles que se acabó, que hasta aquí han llegado, que ahí tienes la puerta y ya me comprendes: la cosa va mal, tenemos que recortar presupuesto, entiéndeme, es la crisis, hazte cargo. Ese miedo no lo han creado sólo los medios y los políticos, desde luego, porque esas personas que conozco ven cómo en su entorno laboral están dando la patada a unos cuantos compañeros junto a los que curraban. Así, el trabajador va cada día a su puesto con otro peso añadido a los hombros: el miedo a ser despedido, que se suma a otros inconvenientes como las horas extra no remuneradas, el exceso de tareas y marrones que le van endosando, las broncas de los de arriba o el tiempo que pierde en el metro o en el autobús o en el coche hasta que llega al trabajo. Conozco también a gente que colaboraba en algunos medios de comunicación, freelance a los que despidieron. Y, cuando rondas ya los treinta y pico o cuarenta años, no es fácil encontrar otra empresa que te cobije. Pero, en estos tiempos, si tienes menos edad tampoco es fácil. Ya no lo era en mis tiempos, cuando salimos de la universidad y no había forma de encajar en ningún lado y algunos tuvimos que pasar una temporada haciendo trabajos temporales chorras, como instalar un belén hecho por niños en un centro comercial o decorar un pub para su fiesta de navidades. Hoy es aún más difícil. Conozco gente, mucho más joven que yo, que pelea a diario para encontrar una colocación. No la consiguen. Se preguntaba uno de mis colegas qué tenía que hacer para conseguir un empleo. No para de enviar currículos y de asistir a entrevistas y no hay manera. También conozco a una o dos personas que se están pensando si abandonar de una maldita vez su negocio, porque no da dinero.
El caso es que mucha gente acaba en el atolladero anímico, atascada en un sitio del que no puede salir: sea el temor a ser despedido, sea la imposibilidad de acceder a un puesto, sea la profunda rabia que les entra cuando no saben si cerrar su negocio o mantenerlo porque cualquier opción es mala. Sí, sí, hay crisis, no digo que no. Pero quienes manejan los hilos de la sociedad han conseguido que la gente vaya a trabajar con miedo, salga de trabajar con miedo, y así acaricie su empleo como la pieza más preciada del mundo, y tal vez rinda y se esfuerce más, y eso les conviene a quienes manejan los hilos. Es otra manera de tenernos en un puño.