martes, marzo 10, 2009

Gran Torino


Vaya por delante que para mí Clint Eastwood es el puto amo. Pero me gustaría hacer una apreciación: no lo admiro sólo desde Sin perdón, como tantos y tantos críticos y gente que se cambió de chaqueta después de años de criticarlo. No. A mí me gusta desde Por un puñado de dólares y los demás westerns que hizo entonces. Fue una de las pocas cosas buenas que me hizo apreciar mi padre: las películas de Clint Eastwood. Todas.
Cuando salimos del cine me comentó un colega que Gran Torino le había recordado a otros personajes célebres del actor/director. Y es cierto. Hay pequeños guiños al Sargento Highway, a Harry Callahan, a Philo Beddoe, a John Wilson, a William Munny... De tal modo que una lectura más profunda nos indica que el propio Eastwood está autohomenajeándose, que su personaje de Walt Kowalski es un resumen de su carrera como actor, una despedida. Kowalski encierra al pistolero, al soldado, al cascarrabias, al violento, al bromista, al comprensivo, al tipo duro, pero también al hombre vulnerable que ha construido en algunas de sus últimas obras. Y cuando uno se vuelve vulnerable es cuando su pellejo corre peligro.
Al principio parece que Kowalski está lleno de tics racistas. No es exactamente así: él odia a todo el mundo, sobre todo a su familia (son blancos y de clase media). Durante casi dos horas insulta al personal: hombres y mujeres, viejas y niños, blancos y negros y asiáticos, hijos y nietos, curas y barberos. Pero dos de sus vecinos, dos jóvenes asiáticos, tratan de descubrir si debajo del monstruo hay un corazoncito. El personaje, trayectoria habitual en sus obras como director, va evolucionando poco a poco, gracias a la maestría y al clasicismo de su cámara. De tal manera que al final nos coge de la garganta. Eastwood tiene el poder no sólo de sorprendernos, sino de sacudirnos con fuerza en los últimos tramos de cada película que dirige. Kowalski es un abuelo gruñón, pero en el fondo adorable, metido en un mundo que no le comprende: bandas violentas, jóvenes sin respeto, nietos que sólo buscan la herencia, hijos deseosos de meterlo en el asilo.
Me gustaría apuntar el tono de comedia del filme. Aunque es un drama, hay toneladas de humor en la película. Gracias al guión y a la interpretación de Eastwood. Igual que sucedía en El sargento de hierro: era dramática y a la vez era divertida. Una película, pues, muy personal. Muy grande. Yo digo lo mismo que Carlos Boyero: No se muera nunca, señor Eastwood.