Véronique Robert reúne el testimonio de Lucette Destouches, la viuda de Céline. No estamos ante ninguna biografía, sino ante un libro breve (110 páginas más la cronología y el extenso índice de referencias) y ameno en que Lucette arroja luz sobre algunos aspectos de la vida del hombre que escribió una de las mejores obras de la historia de la literatura: Viaje al fin de la noche. Lucette, que fue bailarina, habla sobre sus recuerdos como si nos estuviera relatando algunos gajos de su historia frente a un café. Se nota al lado de quién vivió y lo mucho que sufrieron juntos durante veinticinco años, hasta la muerte de Louis-Ferdinand en el 61. Porque muchas de sus declaraciones son lúcidas y rotundas. Aunque volveré a hablar de este interesante libro en algún artículo, de momento prefiero dejaros con las palabras de Lucette:
- Cuando uno se acostumbra a convivir con animales, los humanos le resultan insoportables. Sólo ellos son auténticos y nunca engañan.
- Cuando se ha estado en la cárcel, ya nada vuelve a ser igual; es como si uno se convirtiese en un fantasma. En dos años, Louis se había convertido en otro hombre, se había hecho viejo. Andaba con un bastón y todos los días tenía alguna molestia, aparte de sus habituales crisis de paludismo.
- A partir de un cierto grado de sufrimiento, el soporte que son las palabras se desploma y ya no queda nada que decir.
- Un escritor es un navegante que debe luchar contra los elementos y tener una vida interesante y movida. Es un creador que escarba para encontrar el tesoro que hay en él; durante toda su vida sólo existe para eso, para escarbar. Céline era, ante todo, un artesano. Construía un barco que fuese capaz de navegar y eso era todo. No le importaba lo que pudiera hacerse o decirse. Sin embargo, en el momento de la fabricación, con respecto a su escritura, podía ser extremadamente puntilloso con una coma o con unos puntos suspensivos.