David Fincher, uno de los directores más originales y revolucionarios de Hollywood, parte de la idea central de un relato de F. S. Fitzgerald para construir un cuento que tiene evidentes conexiones con Forrest Gump (un personaje marginado, diferente, que decide saborear la vida perdiéndose por el mundo durante años; y ambas comparten guionista: Eric Roth), con El amor en los tiempos del cólera (ese hombre siempre enamorado de la misma mujer, que alivia sus ardores recurriendo a putas y a amantes ocasionales) e incluso me atrevería a decir que con Lady Halcón (“Nos hemos encontrado en el punto medio”, le dice Daisy a Benjamin; y no olvidemos que los enamorados de la película de Richard Donner se encontraban en el punto medio durante unos instantes, al amanecer).
Pero Fincher y Roth van más allá de esas historias. Porque lo que interesa aquí, aparte del tratamiento de otros temas (orfandad, aprendizaje e iniciación a la vida, destino, pérdida, mortalidad…), es demostrar que da igual, que, aunque al llegar a viejos podamos rejuvenecer por fuera (como esas estrellas que se obstinan en aplicarse bótox y en estirarse la piel), el camino de la vida es siempre el mismo para todos: extravío de la memoria, pañales, enfermedad y, al final, la muerte. Es en este sentido en el que la película de Fincher alcanza su punto álgido. Hacia el final, al espectador le hace polvo esa escena (spoiler) en la que Daisy, convertida ya en una anciana, lleva de la mano a Benjamin, que es un niño que ha olvidado el habla.
El curioso caso… tiene, además, otros elementos destacables: el perfecto trabajo de Brad Pitt y Cate Blanchett, la eficacia de los secundarios (Jared Harris, Tilda Swinton, Jason Flemyng, Elias Koteas, Julia Ormond…), la fotografía y la puesta en escena, la música, el montaje, la historia inicial del reloj que va hacia atrás, etc.
Me parece una de las mejores películas de Fincher, aunque soy más devoto de Seven o Zodiac, y, de reprocharle algo, sólo anotaría que Benjamin Button es demasiado bueno, como lo era Forrest Gump: en ellos la bondad es extrema, lo cual es poco realista porque todos somos un poco cabrones a lo largo de algún tramo de nuestras vidas. Esto se perdona porque, insisto, al final es una especie de cuento a lo Tim Burton.