En las terminales de espera de los aeropuertos es frecuente ver a viajeros solitarios que sacan su ordenador portátil de la cartera, lo colocan sobre las rodillas, se conectan a internet mediante wi-fi y navegan o chatean o comprueban el correo electrónico mientras aguardan el momento del embarque. Eso también lo he visto en algunos pueblos, en puntos de la calle donde hay conexión inalámbrica y la gente va con su portátil y logra una conexión sin pagar un céntimo. Leo que la wi-fi pública va a llegar o ha llegado ya a unas ciento cincuenta ciudades españolas. La conexión la financian con publicidad. Al parecer, y como es lógico, no se compite con la velocidad que venden y ofertan las empresas. Me pregunto si en Zamora hay conexión inalámbrica en algunos puntos de la calle. Pero de la de verdad, de la que funciona. No aquello de “La ciudad mejor conectada del mundo”, que sólo sirvió de estafa. Supongo que no, o al menos no he encontrado noticias al respecto. Ya me pongo en lo peor: supongo que si funciona de veras tardará más tiempo en llegar a mi ciudad. Y a mí me vendría de maravilla esto del wireless público en mis visitas a Zamora: unos amigos me han regalado un ordenador portátil que no usaban y, por tanto, puedo viajar sin tener que recurrir a cibercafés y a casas de colegas y familiares.
Dicen que ya hay más de mil millones de internautas en el mundo. Yo no podría vivir sin internet, pero, ojo, como herramienta de comunicación y búsqueda de información y de ocio. Porque para mí el verdadero paraíso consiste en ir al cine o en sentarme en el sofá y abrir un libro. Esta semana nos sorprendía una noticia respecto a las publicaciones digitales: la agencia de la prestigiosa Carmen Balcells ha empezado a colgar en la red algunos de los libros de su catálogo. Autores como Cela, Delibes, García Márquez o Cortázar. El precio es de cuatro euros con noventa y nueve céntimos. Ahí lo tienen: el e-book o libro electrónico en manos de las grandes empresas. Porque una agencia literaria no es otra cosa. Habrá quienes se echen las manos a la cabeza. Pero esto es como lo que ocurre con las redes de intercambio de archivos. Si no existiera la mula, tampoco me compraría el último disco de Keane (por citar un ejemplo). No. Recurriría a algún amigo para que me lo grabara. O iría a una biblioteca y tomaría prestado el cd para hacerme una copia. Con los libros electrónicos me sucede lo mismo. He descargado muchos sólo para echarles un vistazo. Si me atrae el libro en cuestión, voy a buscarlo a la librería. Si no me interesa, arrojo el archivo a la papelera. Sólo leo (siempre después de imprimirlo) algún libro si es imposible encontrarlo en las librerías. Me ocurrió con esa delicia de Georges Perec, “Tentativa de agotar un lugar parisino”, cuya traducción sólo está editada en Argentina. El libro está en la red y tuve que imprimirlo y encuadernarlo en la copistería. Pero el día en que me tope con un ejemplar, lo compraré sin pensármelo dos veces. Pero en España no se distribuye.
La iniciativa de la agencia de Balcells me parece un buen impulso para los libros electrónicos en nuestro país. Creo que esto le dará credibilidad a quienes publican sus obras en la red. Conozco gente que lo hace. Pero me temo que venden poco porque en España aún no hay fiebre por los e-books. El personal es reacio a comprar por internet. Muchos lectores creen que publicar un libro electrónico supone que el autor no es bueno. Si ahora aparecen grandes autores en la red, se dará cierto impulso a las lecturas digitales. Es de suponer que tendrán más prestigio.