Leo en estas navidades un grueso volumen editado por Cátedra que reúne las obras completas sobre Sherlock Holmes (y su ayudante, el doctor John Watson, narrador de casi todas sus aventuras). Aclaro: las escritas por Arthur Conan Doyle. Las imitaciones o lo que hayan hecho a posteriori los imitadores y demás autores no me interesan. Es importante leer lo que llaman “clásicos juveniles”. En bruto. Rechazando imitaciones y todas esas versiones reducidas que antaño tuvieron tanto éxito. El cine y la televisión, y a veces el cómic, suelen deformar la imagen de ciertos personajes clásicos. No es que adapten mal las obras, hay películas y series y tebeos muy respetables, pero no es lo mismo.
Recuerdo cuando me dio por leer, hace ya bastantes años, la novela de Mary Shelley: “Frankenstein”, o “Frankenstein o el moderno Prometeo”. Me encontré con un monstruo creado por el doctor que no se parecía mucho a la típica imagen que se ha adueñado del cine y de la iconografía propia del personaje: en vez de pelo corto o rapado, tenía melena; en lugar de tornillos, suturas; en vez de proferir gruñidos de chimpancé, hablaba, y con sentido común. Luego Kenneth Branagh y Francis Coppola revisaron al personaje, y esta vez le dieron voz, pero siguieron rapándole la cabeza (lo interpretó Robert De Niro). Uno o dos meses atrás leí, por fin, “Alicia en el País de las Maravillas” y “Alicia a través del espejo”, ambas de Lewis Carroll. Llevaba años aplazando su lectura porque conocía, entre otras, la versión que hizo Walt Disney. Pero no es lo mismo. Las de Carroll son dos novelas fundamentales, divertidísimas, muy ingeniosas. Así que he comprado otros clásicos que, tarde o temprano, leeré para que fracturen la imagen que las artes visuales han creado: “Mary Poppins”, “El mago de Oz”, “Las aventuras de Pinocho”, etcétera. A mí me gustan mucho los dibujos de Disney, pero han deformado los clásicos en exceso. Véase a este respecto “Peter Pan”. Volviendo al País de las Maravillas: Tim Burton rueda su adaptación y he leído en alguna parte que el músico Marilyn Manson quiere hacer lo propio y dirigir una película basada en ambos textos.
El grueso volumen de Arthur Conan Doyle, “Todo Sherlock Holmes”, que reúne relatos, novelas, novelas cortas, notas y apéndices, tiene mil seiscientas sesenta y dos páginas. Mientras escribo estas líneas, voy por la trescientas. Pero ya ha cambiado mi concepto de Holmes y Watson. Y esa es una de las razones para descubrir a los clásicos: la pureza del original. Días atrás vi una foto de “Sherlock Holmes”, que está rodando Guy Ritchie con Robert Downey, Jr., y Jude Law en los papeles de Holmes y Watson, respectivamente. La fotografía me ofendió porque se trata de dos actores más o menos jóvenes (entre los treinta y tantos y los cuarenta y tantos, pero aparentan menos) y, en opinión de las mujeres consultadas, muy atractivos. Yo conservaba otra imagen: un Holmes viejo y un Watson mofletudo. Sin embargo, en las páginas que llevo leídas, con los relatos en el orden cronológico de las aventuras, Holmes y Watson son jóvenes. Cuando se conocen, el detective tiene veintisiete años, y Watson unos pocos más, y de éste último sabemos que “está delgado como un listón”. Una imagen más cercana a “El secreto de la pirámide”, o a los rostros de Law y Downey, que al par de tipos maduros que solemos ver en las películas. En los apéndices consta que Holmes tiene treinta y cuatro años en una de las aventuras más adaptadas del personaje: “El sabueso de los Baskerville”. Y solían poner a un Holmes de cincuenta o sesenta.