Zamora. Breve conexión a internet. E-mails que se acumulan en la bandeja de entrada. Saludos y felicitaciones de parientes lejanos, amigos cercanos, poetas y escritores, conocidos, desconocidos y editores. Una invitación a comer en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Otra comida en familia. Carne. Piedra volcánica. Buen vino. Buen servicio. Buen trato y mejor compañía. Y allí, al otro lado de la gran ventana, el más hermoso paisaje de la ciudad. Un río, un puente de piedra, tejados húmedos en el horizonte, una luz especial y el cielo más o menos despejado. A veces no se precisa más para que los ojos se sientan satisfechos. Paseos con frío. Un mirador. Y, junto a una de sus paredes, una fila de ancianos apoyados contra el muro, recibiendo la gracia del sol. Como si los fueran a fusilar. Pero sólo los fusila el sol.
Pubs en donde invitan a una ronda. Y se agradece. Pop en los altavoces. La alegría del pop. Una copa con un zamorano emigrado a Madrid. Y nuevos amigos que trae consigo. Y un par de bajas por cansancio y enfermedad. Presentaciones. Saludos. Charlas sobre blogs y literatura, sobre películas y documentales. Gente sana, afín. Gente joven que le dará a esta ciudad el impulso que merece. Si la ciudad y sus guardianes lo permiten. Pero en la cabeza resuena el nombre de un blog: “Esta ciudad es una ruina”. Zamora es territorio de grandes bebedores. La fama hace tiempo que recorre España. La fama nos precede. Los días y las noches se asemejan. Comidas familiares, tardes apacibles, noches entre amigos. Se habla de la ciudad y sus contrariedades y sus disputas. El puente que no construyen. El parking al que cambian de ubicación. Los proyectos que llevan años acumulando polvo y polémica. La misma historia. La provincia parece despuntar, pero no lo logra. El cansancio de los habitantes. El inconformismo. El conformismo, también. El vino y el queso. Todo eso y más es tu tierra. Un gato merodeando por los jardines del Castillo. Un felino que se sienta y observa, como si no hiciera frío. Los gatos observan. Holmes le dijo una vez a Watson: “Usted mira, pero no observa”. De la observación vienen los detalles.
Tarde de nieve. O de aguanieve. Un rato de televisión. Los telediarios nacionales y su baraja de obviedad: los expertos aconsejan dar un paseo después de cenar mucho. Ataques en la franja de Gaza. Vetusta Morla en el telediario, por fin. Lectura en el sofá. Visitas al gato, que siempre se sube en la nuca y se restriega contra el pelo. Más tapeo antes de embarcarse en los pubs que dirigen tus barmen de cabecera. Suena Mendel en el equipo. Una maqueta. Mendel: cuatro amigos, y de Zamora. Antes tuvieron otro nombre: Protozoo. Antes colaboraron en otras bandas. Saben lo que es la música. Conocen el sonido de la carretera y de los bolos en otras tierras. Un nuevo garito al final de Balborraz. El garito al que acudías cuando la adolescencia ya era una fugitiva que dejaba granos, sorpresas, amores y derrotas. Se habla de Nochevieja. De la fiesta. En los periódicos comentan los sucesos del año. “Lo mejor”, “lo más sonado”, “lo más importante”. Lo de siempre. Etiquetas y gustos de unos pocos, que son quienes deciden. En la prensa dicen que hay páginas web donde le dan a uno consejos para que cumpla sus propósitos de año nuevo. Y tú sabes que has cumplido ya uno de ellos, el que te marcaste hará dos años, y que cumples ahora, un poco antes de esta noche: una agenda con las fechas de cumpleaños de quienes te importan. Casi está completa. Y más felicitaciones navideñas en la bandeja de entrada. Y no tienes tiempo para responderlas y por eso lo dices aquí, lo escribes, sin exclusiones: Feliz Año.