Todas las ciudades tienen sus contrastes. En Zamora es habitual ver las calles y los comercios abarrotados a las siete y media de la tarde y, una hora después, o así, comprobar que todo el mundo se ha ido a casa. Pero no esperaba verlo en Madrid, donde siempre hay tráfico y transeúntes, aunque sean las cinco de la madrugada de un sábado. La tarde en que salía la Cabalgata de Reyes estuve buscando la reedición de “Vía revolucionaria”, de Richard Yates: leí el libro hace años en la biblioteca y he sentido la necesidad de releerlo antes del estreno de la película, dirigida por Sam Mendes. Es una novela sobre esos matrimonios felices en apariencia, pero que esconden un infierno cotidiano. No la encontré en las tres o cuatro librerías por las que anduve merodeando. Los compradores, ese día, arrasan. Y no me atreví a entrar en Fnac porque imaginé largas colas y aglomeraciones. De hecho, ese es quizá el peor día del año para buscar libros: la gente te da codazos al pasar mientras lees las primeras páginas de un volumen, la gente te molesta veinte veces y luego acaba comprando el best-seller de turno. Pero era lunes y el fin de semana no salí a registrar las mesas de novedades. No encontré un ejemplar. Es cierto que tampoco hice una búsqueda exhaustiva: insisto en que suele ser una tarde agobiante.
El Día de Reyes, tras horas de sofá viendo televisión, decidimos ir hasta el centro. Desplazarnos en Metro, quizá luego dar una vuelta, ver cómo es Madrid en esa tarde en que los críos están en casa disfrutando de sus juguetes. Iba en busca de la novela de Yates, que espero releer en breve. Me sorprendió que en el Metro apenas hubiera gente, o hubiera muy poca para ser una tarde de festivo. Luego llegamos a Fnac y el edificio estaba cerrado. Nunca había visto Fnac con la trapa bajada en horario de tarde. Jamás. Eran las siete y media. Esa imagen es más propia de las doce de la noche, o de los sábados a las tantas de la mañana, cuando uno viene de por ahí y camina de paso junto a Fnac. Nos acercamos hasta La Casa del Libro de Gran Vía. Cerrada, también. Y El Corte Inglés. Y todos los comercios. Sólo permanecían abiertos los establecimientos para comer: restaurantes, tabernas, tiendas de gominolas, heladerías. Atravesamos Sol. Nunca había ido por el centro en la tarde del Día de Reyes, y esperaba encontrar algo distinto, o esperaba encontrar lo de siempre: mucha gente paseando, mucho movimiento, coches y gente de aquí para allá. No puedo afirmar que estaba desierto. Pero casi. Podrían haber rodado escenas de una película sin agobios. O un cortometraje. En seguida supe que aquel era el día perfecto para pasear, pero el viento cortaba las caras y decidimos volver a casa.
En cuanto a la novela, la encontré en Fnac un día después. Las calles habían recobrado su normalidad. También pillé un par de libros de bolsillo. Cada vez compro más libros de bolsillo. Por el precio. Y también porque ocupan menos espacio. Incluso sé de algunas editoriales que en menos de un año suelen sacar a la venta la edición en formato pequeño de sus novedades más vendidas. Fíjense en Mondadori, por ejemplo. Hablando de precios, el nuevo año nos trae las subidas. Subió el precio del peaje. Subió el precio de la entrada de cine. El del abono transporte. Ya lo dijo alguien por ahí: “Sube todo, menos los sueldos”. No sé si el desierto madrileño que encontré el Día de Reyes es normal, una tradición, o si todo el mundo pensó que la única manera de no gastar es refugiándose en casa.