En las pausas publicitarias de la televisión encontramos anuncios muy buenos. Cuentan una historia. Lo hacen con estilo e ingenio. A veces ganan premios. Parecen películas de apenas unos segundos. Uno se asombra ante el talento de quienes los han ideado y de quienes han conseguido traducir cada idea en imágenes. Luego están esos otros. Esos que producen bochorno. Uno está cenando, en familia, y tal vez tiene la tele encendida y sale uno de esos anuncios que hacen enrojecer a todos, y la familia se queda callada, atónita, y quizá alguien rompa el silencio y ponga a parir dicho spot. Recuerdo aún al famoso e insoportable niño llamado Edu, que felicitaba la Navidad. Me procuró más pesadillas que las que me depararon “El resplandor”, “El exorcista” y la serie de Chuck Norris, esa del ranger de Téxas, que también es de terror, a su manera. Dado que en estas fiestas nos torturan con cientos de anuncios para que consumamos, y que vemos más morralla que en otras fechas (hasta que alguien decide apagar el televisor), quiero citar hoy los tres últimos spots con los que, sencillamente, me atraganto. El primero es ese del chaval con ortodoncia que quiere ir a una fiesta. La madre le dice que intente no sonreír. Sí, todos saben a cuál me refiero. Lo curioso es que le han salido tantos fans como detractores. Los segundos han hecho parodias en YouTube. La culpa, creo yo, no la tiene el muchacho: a él le han colocado los hierros y le han dado un guión. Pero estoy convencido de que a este chico, en clase y a cuenta del anuncio, no paran de condecorarle el cogote con collejas. Yo no lo trago.
Otro de los anuncios insoportables de los últimos tiempos es el del condón. Siempre estoy a favor de cualquier campaña que fomente el uso del preservativo entre los jóvenes (y entre los no tan jóvenes). Pero eso no debería estar reñido con el buen gusto. El anuncio de la campaña de la goma del Ministerio de Sanidad y Consumo intenta ofrecer una imagen guay, chachi, de lo que significa ponerse el capuchón. Como si fuera un juego. El tema musical es horrible, con las rimas más simplonas que uno haya oído en años. Se intenta transmitir a los adolescentes que ponerse un preservativo es una cosa que mola, cuando lo que se debería transmitir es otra imagen: los peligros que acarrea su falta de uso, la responsabilidad que deben asumir los jóvenes en sus relaciones sexuales. Quiero decir que el sexo es un asunto serio y aquí se reduce todo a una canción a ritmo de hip hop, con un lenguaje que alguien ha debido creer que utilizan todos los chavales. Para mi desgracia, el anuncio parece haber tenido éxito: es uno de los vídeos más vistos de la red y el personal se descarga los politonos de su web. Da la impresión de que cualquier basura tendrá éxito sólo porque aparece en un spot. Al final, la gente traga el anzuelo. Aunque también ha originado críticas.
Y llegamos al tercero. Lo he visto en un cine de Madrid, donde ponen muchos anuncios de Metro. Seamos claros: la mayoría son una mierda. No entiendo que se anuncie un transporte público. El que ahora nos ocupa empieza muy bien: con un hombre que vive en un vagón de tren abandonado. Se afeita en una estación de servicio, coge una flor de una tumba, se echa un poco de colonia gracias a uno de esos botes de prueba de las tiendas, compra un pastel y lleva a su señora de cena. Como son pobres, van a cenar al interior de un vagón de tren del Metro de Madrid. Lo presentan como un paraíso, con lo mal que huelen los vagones y los túneles y lo mal que funciona la red. Uno ve el spot, se enfurece y piensa: “Bien, pues si tan bueno es el Metro, que vayan a cenar allí por Nochebuena la Espe y el Gallardón”.