A Tony Judt, historiador británico, le concedieron hace unos días el Premio Libro Europeo por su monumental (a juicio de quienes lo han leído) “Postguerra”, un recorrido por la historia de Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta principios del siglo veintiuno. Quise hojearlo y me acerqué a La Casa del Libro. En la sección de Historia, claro. Pesa tanto como una lápida y se me cansó el brazo derecho de sostenerlo mientras con la mano izquierda rebuscaba entre sus páginas. Incluye fotografías, mapas y dibujos. Habla de historia a través de la política, la cultura y la economía. Estuve a punto de llevármelo. Pero costaba unos treinta euros y luego supe que, de momento, no me iba a leer un mamotreto de historia de casi mil páginas, de dimensiones superiores a la media de los libros que se editan: aún tengo fresca en la memoria la experiencia estudiantil, aquellos manuales que nos tocaba estudiar entre el tedio y el interés (dependiendo de cada capítulo y de nuestras inquietudes).
Dejé el tocho para descansar los brazos. Me dije: “Quién sabe, tal vez algún día me arrepienta y vuelva a buscarlo”. Dicen que, como Tony Judt, hay muy pocos que hayan sabido reflejar los cambios y las convulsiones europeas desde el cuarenta y cinco. Me acerqué a la sección de libros de cine, que hacía tiempo que no visitaba. Me gusta leer, de vez en cuando, ensayos sobre el género. También entrevistas, memorias de actores, biografías… Estuve leyendo los títulos, sacando algunos ejemplares de los anaqueles para mirarlos por encima y luego devolverlos a su lugar. Y entonces vi ese libro de Martin Scorsese que, no es broma, llevo años buscando. Lo había intentado en diversas librerías, sobre todo en las de mi barrio, que suelen tener los libros que ya no están en las mesas de novedades. Se titula “Mis placeres de cinéfilo”. Scorsese desvela aquí algunas claves de su cine y habla de las películas que le fascinan y de los directores que admira. Pero hablo basándome en algunos fragmentos leídos al azar y en la contraportada, que no siempre se ajusta a la realidad del libro. Hace meses hablé con un librero y me dijo que este título estaba agotado o descatalogado y que era imposible de conseguir. Aproveché para llevarme también una antología de Ángel Petisme y un libro de relatos de Circe: “Chicas muertas”, de la norteamericana Nancy Lee. Hace tiempo que le había echado el ojo. Sin embargo, el problema con esta editorial, a mi entender, estriba en que envuelve los libros en celofán, y así no hay manera de leer algún párrafo, de curiosear un poco los ejemplares por dentro. Lo bueno es que, así, se conservan a salvo de los manoseos. Topé por casualidad con algunos blogs que alababan los relatos de Nancy Lee y quise comprarlo.
No sé dónde he leído o dónde he oído que, a medida que un lector envejece, va leyendo menos novelas y optando en cambio por otros géneros: ensayo, poesía, historia, entrevistas, memorias, diarios, cuentos. Algo de cierto hay. Sigo leyendo novelas, e incluso releyendo algunas de las que me fascinaron antaño. Y no creo que jamás renuncie a la lectura de una novela, en especial si es de género: negra, de aventuras, etcétera. Pero cada vez me interesa más otro tipo de narración. Algo como lo que hizo W.G. Sebald, por ejemplo. Al día siguiente vi los “Diarios. 1984-1989” de Sándor Márai. Sus novelas se han hecho muy célebres ahora, en España. Pero por alguna razón no me motivan. No he comprado ninguna. Pero el diario, y más aún los diarios de los últimos años de un húngaro exiliado en Estados Unidos, antes de suicidarse, habrían por fuerza de interesarme. Y lo tengo ya por aquí, en mi biblioteca.