George W. Bush está en un evento tradicional. Se reúne con los miembros de la Federación Nacional del Pavo. Cada año, antes del Día de Acción de Gracias, se perdona la vida a un pavo, criado con el suficiente mimo para que no le propine un picotazo al presidente. Bush llega y dice que este año no sólo perdona la vida a un pavo, sino a dos. Bush es magnánimo, es un buen hombre, a good man, un tipo generoso de gran corazón. Posa su mano sobre el lomo de uno de los animales, junto a los dos miembros; todos sonríen; les hacen la foto. Bush queda, así y antes de irse de la Casa Blanca, como un tipo comprensivo ante las cámaras. Mientras tanto, en Estados Unidos hay más de tres mil personas condenadas a muerte, entre ellas menores y retrasados mentales. Entre ellas el español Pablo Ibar. Un alto porcentaje de los reos condenados son de raza negra. El método de matar al preso mediante inyecciones consiste en tres pasos, y lo explican en Amnistía Internacional. Primer paso: se inyecta tiopental sódico, que provoca el coma inducido. Segundo: se inyecta bromuro de pancuronio, que paraliza todos los músculos, salvo el corazón. Tercero: se inyecta cloruro de potasio, que paraliza el corazón. No siempre el condenado muere en el tiempo previsto. En el corredor de la muerte, mientras esperan, quizá algunos tienen noticia de la generosidad del presidente de EE.UU., que este año indulta a dos pavos.
Comienza la polémica sobre la retirada de los crucifijos en los colegios. La derecha pone el grito en el cielo. Comentaristas y creadores de opinión promueven el debate. España se hunde, los rojos y los laicos la masacran. Hasta aquí hemos llegado, dicen algunos. “La cruz es un signo de la libertad, una garantía de la libertad frente al totalitarismo”, dice Juan Antonio Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal. En el Vaticano deciden perdonar a John Lennon, quien dijo aquello de “Somos más famosos que Jesucristo”: explican que fue una fanfarronada de juventud, el desliz de un chaval a quien el éxito pilló por sorpresa. En todas las cadenas, en todos los periódicos, en todas las páginas nos asaltan con ambas noticias: el debate sobre los crucifijos y el perdón a Lennon, que no sabía lo que hacía y debe ser perdonado. En la trastienda de las noticias, en ese espacio destinado a noticias menores o de poca trascendencia (y no en todos los periódicos, of course) encontramos en los mismos días el siguiente titular: “EE.UU. autoriza las demandas contra el Vaticano por abusos sexuales” y, también, “La justicia de EE.UU. acusa al Vaticano por los curas pederastas”. Existen numerosos casos de pederastia en el seno de la iglesia, pero no faltan quienes se posicionan y dicen que son casos aislados. Leemos que, desde el año pasado, la Iglesia Católica USA ha apoquinado seiscientos quince millones de dólares para resolver las condenas y evitarse los juicios de quienes abusan de niños. La noticia, sin embargo, no crea el mismo debate intelectual que los crucifijos.
El Ayuntamiento de Madrid decide endurecer sus medidas. Cierra varios locales y discotecas de la ciudad, argumentando que carecen de licencias de funcionamiento o que las que tienen no se ajustan a la situación actual de los locales. Hay que dar ejemplo tras la muerte de un chico a manos de los porteros de una discoteca. Hay que chapar lugares emblemáticos, como la Sala La Riviera, adonde iban a tocar numeras bandas españolas y extranjeras, cada año. Para desviar un poco la atención sobre el asunto de la regulación de porteros, pagan justos por pecadores. El ciudadano olvida fácilmente, y ya sólo se acuerda del cebo que le ponen en portada.