miércoles, noviembre 19, 2008

Crossroads (1)

La vida parece a veces una novela de Paul Auster, aunque la gente no se crea la red de azares que contienen los libros de este autor. Gracias a la presencia de internet en los hogares, hay infinitas posibilidades de cruzarse. A principios de agosto estuve en la Alcarria. Concretamente en Pastrana. De aquel breve viaje dejé constancia en algunos artículos, para resquemor de mis enemigos. La primera noche estuvimos buscando por entre las callejuelas de esta noble localidad el Cenador de las Monjas, que como apunté entonces está en el Convento de San José. Sentía curiosidad por aquel sitio. Al llegar a la puerta no vi ninguna pizarra o papel con el menú y, al no saber el contenido de la carta ni los precios, decidimos no entrar. Antes de irnos del hotel le pregunté al encargado por aquel comedor. Y me dijo que me lo recomendaba, pero ya teníamos las maletas en la mano y era hora de regresar a casa. Me arrepentí de no haber entrado. De vuelta, lo conté en la columna.
El mismo día de su publicación en este periódico recibí un correo electrónico de una chica llamada S.P. Me contaba que había encontrado en la red, y por casualidad, mi artículo. Luego buscó mi e-mail para escribirme. Porque ella es la jefe de cocina del Comedor de las Monjas, y también la persona de contacto del restaurante. S.P. me dijo que era zamorana. Zamorana emigrada a Pastrana. No sólo compartíamos ciudad de nacimiento, sino también el año en que vinimos al mundo. Cosecha del setenta y dos. Mi fecha exacta de nacimiento se puede encontrar en varios rincones de la red. S.P. me puso al corriente en otro correo: habíamos nacido no sólo el mismo año, sino también en el mismo mes y en el mismo día. Diecisiete de noviembre. Una de esas historias que la gente no se cree cuando aparecen en las novelas y en las películas. Y que algunos, supongo, tampoco se creerán en esta ocasión. Pero aún hay más. El otro día me escribió de nuevo, para felicitarme. Y me enseñó la fotografía de su hijo, que acaba de cumplir un año. Su hijo nació el mismo día que ella y que yo. La misma fecha (pero muchos años antes) en que nació uno de los mejores directores de la historia: Martin Scorsese. Tal vez por eso me gustan tanto sus filmes. Y también nació ese día la bella actriz Sophie Marceau, además de otra gente del mundo del espectáculo: Danny DeVito, Rachel McAdams, los fallecidos Rock Hudson y Jeff Buckley, etcétera. Me gustan las historias de gente que nació el mismo día que yo en la misma ciudad y quizá, quién sabe, en el mismo hospital. Mi madre a veces me habla de compañeros de generación: tal o cual persona nació el mismo día que tú, me dice. Madres que sufrieron juntas el dolor del parto y compartieron planta, tal vez incluso habitación.
Así que ahora estoy, por así decirlo, en deuda con S.P. Una deuda moral. Porque un día de estos volveré a Pastrana y haré lo que no hice entonces: cenar en el Comedor de las Monjas. Y, de paso, conocer a S.P. Me entusiasman estos cruces de caminos. Estas situaciones que, ya digo, vistas en una película o leídas en un libro de Paul Auster, la gente no se cree. Hace unos meses llamé a un amigo zamorano por teléfono. Lo echaba de menos, llevamos años sin vernos y quise saber por dónde andaba (también emigró de Zamora, como casi todos). Al otro lado contestó una voz desconocida. “¿Está Carlos?”, pregunté. “Sí, soy yo, dime”, respondió el tipo. Pregunté por su apellido. Pero no era el mismo apellido. No era la misma persona. Al parecer, mi colega había cambiado de número de móvil y se lo asignaron a otro hombre (más o menos de nuestra edad, me pareció). También se llamaba Carlos.