Paul Newman se murió sin cumplir un viejo sueño de los productores: volver a encabezar el reparto de una película junto a Robert Redford. Ambos, Newman y Redford, sólo hicieron juntos dos filmes, pero son tan legendarios que parece como si hubieran trabajado media vida juntos: “Dos hombres y un destino” y “El golpe”. Incluso cuando Newman ya se había retirado del cine, pero de su enfermedad sólo se sabían rumores sin confirmación, había un proyecto casi definitivo para juntarlos. Me refiero a la adaptación de un libro de Bill Bryson titulado “A Walk in the Woods” (inédito en España), sobre dos hombres que recorren las Apalaches. El director iba a ser, en principio, Chris Columbus. Mi opinión sobre Columbus es que se trata de un guionista genial, muy hábil (“Gremlins” y su secuela, “Los goonies”, “El secreto de la pirámide”, “Nueve meses”), pero uno de los directores más pelmazos de la historia, obsesionado con historias blandengues en las que nos muestra su pasión por la familia hasta un punto detestable, con momentos extremos de azúcar y buenas intenciones (véanse “Solo en casa”, “Señora Doubtfire” o “Quédate a mi lado”). Así que me alegra que el proyecto jamás se llevara a cabo.
Cuando dos grandes vuelven a reunirse hay que contar con un director que esté a su altura y que haga un producto digno de las leyendas. Kirk Douglas y Burt Lancaster, tras muchas películas juntos, volvieron a la carga en “Otra ciudad, otra ley”, comedia de los ochenta en la que daban vida a dos gángsters que salían de la cárcel para enfrentarse a los cambios del mundo moderno. A mí me pilló con catorce años y me entusiasmó, pero reconozco que la película no es ninguna maravilla. Me gustaba por ellos dos, a pesar de los lógicos achaques de la edad. Pero el producto final estaba por debajo de ambos. Comparemos ese título con, por ejemplo, la maravillosa “Duelo de titanes”. No hay color. Por eso estos regresos de parejas inolvidables dan un poco de pena cuando el director no ha sabido ser tan competente como requieren los grandes.
Y todo esto viene a cuento de la esperada reunión de otros dos pesos pesados del cine: Al Pacino y Robert De Niro en “Asesinato justo”. Ambos aparecían en la segunda parte de “El padrino” sin llegar a coincidir en pantalla. Michael Mann, uno de los grandes talentos norteamericanos, los juntó en la inolvidable “Heat”. Pero el público quería más porque apenas compartieron un par de escenas (un diálogo, dicen que filmado por separado; y la persecución final). Para superar a “Heat”, o al menos igualarla, se necesitaría un autor tan bueno como Michael Mann. Cuando supe que Jon Avnet iba a dirigir a Pacino y De Niro, me eché a temblar. Ninguna de sus películas anteriores perdurará, salvo quizá “Tomates verdes fritos”, que tuvo su momento de gloria. “Asesinato justo” es floja. Muy floja. Como digo, no está a la altura de sus protagonistas. Porque De Niro y Pacino están muy bien, en forma (y no me refiero a las facultades físicas). Pero el director naufraga. Merece la pena verse por estos actores. Lo que tienen las leyendas es que engrandecen las películas malas con su presencia, como en la citada “Otra ciudad, otra ley”, que sí, que era una tontería donde dos septuagenarios aún pueden ligar, pegar palizas y atracar trenes, pero que era divertida por la grandeza de Douglas y Lancaster. Ojalá un día se le ocurra a un director potente (Scorsese, por ejemplo) juntar a De Niro y a Pacino en una obra maestra. Es lo que necesitan. También lo intentaron Jack Lemmon y Walter Matthau. Las comedias que hicieron en los noventa hacían reír. Pero no eran “Primera plana”.