No hay ninguna película de Woody Allen que me decepcione. Pueden gustarme más o menos, pero jamás me parecen malas (aunque él mismo es muy duro juzgando sus trabajos en el libro Conversaciones con Woody Allen). En los últimos años me fascina su capacidad para adaptarse a otros ámbitos y ciudades: la clase alta de Londres (Match Point, Scoop), los obreros ingleses (El sueño de Casandra) o, en el caso que nos ocupa, la visión del turista yanqui y la bohemia catalana. Aquí construye una comedia con toques románticos, repleta de poesía y de lugares exóticos. Javier Bardem es como un trueno en la película, pero Penélope Cruz es la tormenta al completo. Juntos hacen fuego en la pantalla, merced a sus interpretaciones y a los diálogos escritos por Allen. Barcelona y Oviedo resuenan mágicas en el filme, pero es la belleza de las actrices lo que cautiva a uno: Penélope Cruz, Scarlett Johansson y Rebecca Hall. Sin olvidar el magnetismo de Bardem.
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