John McGahern, considerado uno de los escritores irlandeses con más talento de su generación, vio cómo esta novela era prohibida y censurada en los 60 (él fue despedido de su trabajo). La oscuridad es una historia de formación, la de un muchacho al que su padre viudo humilla y apaliza, y al que mete mano por las noches. El chico, confundido, cree que su vocación está en el sacerdocio. Pero la obsesión por las mujeres y por las masturbaciones, y el hecho de que uno de los curas que conoce se le insinúa, le harán dudar (ya sabemos la razón de las prohibiciones).
McGahern nos habla de ese momento en la vida en que uno no tiene claro si quiere estudiar o trabajar, si admira a su padre o si lo odia, si puede ceder a las tentaciones o escapar de ellas. La oscuridad del título alude al lavadero dotado con cerrojo, lugar en el que el niño y sus hermanas se refugian: En momentos como esos, todos huían hacia allí, a sentarse en la cómoda oscuridad, que hedía a Fluido Jeyes, para llorar y buscar a tientas su camino de regreso desde el odio y la autocompasión hacia una suerte de calma. Pero también a ese mundo de duda, sombras y confusión en el que viven. McGahern no se lo pone fácil al lector: de unos a otros capítulos, la voz narrativa pasa de la primera persona del singular a la tercera y, luego, a la segunda, alternando este estilo a lo largo de los episodios. Lo más impactante es el principio:
-Repite lo que dijiste porque lo sé.
-Yo no dije nada.
-Lárgalo, te digo.
-Que yo sepa no dije nada.
-J-O-D-E-R es lo que dijiste, ¿no es así? Esa palabra profana y fea. ¿Creíste que saldrías del apuro engañándome?
-No era mi intención, se me escapó.
-La mugre que hay en tu cabeza escapó, querrás decir. Y de una vez por todas voy a enseñarte una lección. Deberías pensar en tener algo de respeto, en la casa, por tu madre muerta. Tratando de hacerte el tonto… como si la manteca no se derritiera. Pero te enseñaré.
Tomó la pesada correa de cuero que usaba para afilar su navaja del clavo junto a la tabla de planchar la ropa.
-Ven conmigo. Arriba. Te enseñaré una lección de una vez por todas. Te enseñaré una lección de una vez por todas –decía entre dientes, con una horrible pasión contenida, la sangre subiéndole a la cara–. Te enseñaré una lección que esta casa no olvidará en mucho tiempo.
-Yo no dije nada.
-Lárgalo, te digo.
-Que yo sepa no dije nada.
-J-O-D-E-R es lo que dijiste, ¿no es así? Esa palabra profana y fea. ¿Creíste que saldrías del apuro engañándome?
-No era mi intención, se me escapó.
-La mugre que hay en tu cabeza escapó, querrás decir. Y de una vez por todas voy a enseñarte una lección. Deberías pensar en tener algo de respeto, en la casa, por tu madre muerta. Tratando de hacerte el tonto… como si la manteca no se derritiera. Pero te enseñaré.
Tomó la pesada correa de cuero que usaba para afilar su navaja del clavo junto a la tabla de planchar la ropa.
-Ven conmigo. Arriba. Te enseñaré una lección de una vez por todas. Te enseñaré una lección de una vez por todas –decía entre dientes, con una horrible pasión contenida, la sangre subiéndole a la cara–. Te enseñaré una lección que esta casa no olvidará en mucho tiempo.