Una de las bendiciones de internet es que nos permite la consulta on line de bases de datos que, sin el recurso de la red, tendríamos que buscar en otra parte, en bibliotecas, en archivos, en hemerotecas. Antaño, antes de la era internet, cuando quería comprobar algún dato relacionado con una película y la memoria me fallaba o era culpa de la ignorancia, para solucionarlo debía sumergirme en mis viejos números de Fotogramas y pasar páginas y páginas y perderme en montones de papel. Era todo muy engorroso y me hacía perder el tiempo. Hoy basta con entrar en ese templo enciclopédico que es la IMDb (mi página de inicio desde hace años) y teclear algún nombre o un título para meterse en esa base de datos que nos soluciona las dudas en un momento.
Otra de las ventajas, para mí, es la relacionada con las bases de datos de libros. Con los libros que se han traducido aquí. Con los que se han publicado. Con los que venden en las librerías o sólo tienen ya, de saldo o a precio de oro, en las librerías de viejo. Me interesan los libros que recopilan artículos y ensayos. Si son muy literarios, el autor no cesa de propagar su saber en ellos, y menciona en cada página un amplio abanico de obras y de escritores y de películas y de directores y de discos y de músicos. En otro tiempo, antes de internet, apuntaba todos esos títulos y nombres en un papel. Por ejemplo, los libros que recomendaba tal o cual escritor en su compendio de artículos. Y cada día, con la hoja en la mano, me iba a la Biblioteca Pública si estaba en mi ciudad, Zamora (o a la Casa de las Conchas, si estaba en Salamanca), y repasaba los anaqueles a la búsqueda de esos títulos. Para comprobar si los tenían (y solían tenerlos: las bibliotecas zamoranas tienen un catálogo envidiable, afortunado y variadísimo), para echar un vistazo a sus páginas y leer unos fragmentos, para saber si quería comprarlos o, por el contrario, no me interesaban tanto como había supuesto. Y estaba la posibilidad de ir a una librería y encargarlos, y esperar una semana a que los recibiesen. Y el tiempo pasaba, y se me iba el rato en ir cada día a la biblioteca sólo para consultar ejemplares que luego, probablemente, ni siquiera iba a leer.
Y ahora les contaré cómo he leído la semana pasada el magnífico nuevo libro de Enrique Vila-Matas, “Dietario voluble”. En cada página de estas notas y reflexiones, el escritor cita y enumera y recomienda las obras de varios autores. Y no todas están publicadas en España, porque Vila-Matas lee también en otras lenguas y no sólo se apacigua con las traducciones. Algunos de los títulos mencionados ya los conocía: los había leído, o están en mi biblioteca aguardando el momento justo, o no me interesaban. Pero otros muchos no. Y sentía la necesidad de saber más: si había traducción, qué editoriales se habían ocupado de publicarlos, dónde podría comprar ejemplares, a qué precio estaban, si había reediciones o no. Con el ordenador conectado a la red, cada pocos minutos me levantaba del sofá e iba a la base de datos del ISBN y a los archivos de algunas de las librerías que suelo consultar a menudo. En unos segundos había solucionado las dudas y sabido si guardaban una copia de tal o cual libro en tal o cual librería. De tal manera que este tipo de lectura (de artículos literarios, de ensayos, de anotaciones) se convierte en algo dinámico, interactivo, con búsquedas constantes por internet y consultas frecuentes. Me hace ganar tiempo. Porque, si el libro está traducido y me interesa, sólo tengo que ir a buscarlo. A tiro fijo. Sabiendo dónde lo tienen y cuánto cuesta. Y ganar tiempo es un lujo.