Escribo. Llaman al portero automático. Me levanto a responder: “¿Sí?” Me dice una voz rota, desgarrada: “¿Joaquín?”. Digo: “No, te has equivocado, aquí no vive ningún Joaquín”. Insiste: “¿No vive ahí Joaquín Sabina?”. Me río, pero noto que va en serio, que a él no le hace gracia, tiene voz de tipo molido. “No, aquí no vive”. Sigue: “¿Y en qué piso vive?”. Digo: “En este edificio no vive. Creo que es más arriba, por la zona de arriba”. Él: “Tiro para arriba, ¿entonces?”. Yo: “Sí”. Él: “¡Joder!”. Si me contaran estas cosas, no las creería. Debo tener imán.
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