Soy lector de periódicos digitales por comodidad y por ahorro de dinero. Sobre todo por esto último. Con los ordenadores y una buena conexión a internet hemos logrado ampliar las comunicaciones sin mover el trasero de la silla y, así, podemos leer y escribir, escuchar la radio o un disco en mp3, ver la televisión en pantallas diminutas y disfrutar de otras funciones que hacen que ganemos tiempo y ahorremos pasta. Como digo, me gusta leer periódicos digitales aunque el rastreo no es tan sencillo. Es decir, si uno busca determinada noticia o determinado nombre en un periódico, y tiene un diario en mano, recién comprado o cogido en una cafetería, la búsqueda es rápida: más o menos lo que tarda uno en pasar las páginas que tiene la publicación y pasear la vista por los titulares y los nombres. Por el contrario, si esa búsqueda se realiza en la edición digital, uno tarda más, e incluso puede que se desespere y se aburra.
En la mayoría de los periódicos digitales cuelgan determinados titulares y noticias que quizá nunca pasen al papel, o que en el papel serán reelaborados y adaptados a la seriedad que requiere o debería requerir un periódico. No sé si alguien lo ha señalado ya (supongo que sí), pero con los diarios digitales ha nacido una mala costumbre que consiste en retorcer y transformar el titular de modo que sea muy amarillo, que atraiga la atención del internauta (al que se supone muy joven, dada la vulgaridad de muchos de esos titulares), que no diga exactamente la verdad. Detesto tal costumbre. Sé de sobra que se hace para conseguir más visitas y más clics a cada página, pero reconozcamos que deja en mal lugar al periodismo. Que convierte la profesión en algo propio de un magazine para adolescentes sin seso. El titular engaña. Uno lo lee, no da crédito a lo que está leyendo y clica de inmediato para seguir el hipervínculo y leer el cuerpo de la noticia. Y descubre que, las más de las veces, es una tontería, y que en cierto modo le han engañado. Hasta ahora, no he visto que esta moda se haga extensible a los diarios digitales de provincias, donde el titular de la página web suele ser idéntico al que sale al día siguiente en la edición en papel. La moda, me parece, afecta a los periódicos de tirada nacional.
Esto puede sonar a chino o a delirios míos, pero se comprenderá en cuanto ponga un par de ejemplos. Dichos ejemplos serán inventados, pero muy parecidos a casos que he visto por ahí. Lo haré así para no ofender a nadie. Y porque el redactor no suele tener la culpa de lo que, finalmente, le exigen o imponen sus jefes. Uno pasea la vista entre los titulares y se topa con algo así (repito que me lo acabo de inventar): “El joven actor X se ha quedado calvo”. Sorprendido porque dicho joven no mostraba síntomas de alopecia y tiene una cabellera frondosa, uno pincha en el titular para averiguar qué le ha pasado, tal vez creyendo que tiene cáncer y el tratamiento correspondiente le ha dejado sin pelo. Bajo el titular, una vez metido en la página de la noticia, lee en letra pequeña el subtítulo: “Por exigencias del personaje en su nueva película, se ha afeitado la cabeza”. Ah, o sea que no estaba calvo por motivos naturales: era mentira, sólo se ha rapado por un papel. O este otro: “Fulano y Mengana se lo montan”. Y, atónito porque esos dos cantantes se hayan liado, entra a leer la noticia y se encuentra con la verdad: Fulano y Mengana van a cantar a dúo una canción para un disco. No tiene que ver con el sexo. Nos han engañado, una vez más. Han manipulado el titular para captar nuestra atención con un cebo. Es un periodismo indigno, amarillista, basado en la provocación, que ensucia al oficio.