Antonio llevaba despierto desde las cuatro, y si algo tenía claro esa noche era que ya no volvería a dormirse.
El mes pasado había cumplido sesenta años y, tal y como anunció que haría cuando llegara a esa edad, había vendido el bar y ahora estaba a punto de cerrar el negocio para siempre e irse con su mujer a Benidorm. Esa idea se le ocurrió una tarde que los hermanos Martínez, hasta arriba de sol y sombras, llevaban un rato provocándole con el mismo cuento de siempre, que para qué trabajaba tanto, que para qué quería el dinero y que si no pensaba retirarse nunca y todas esas cosas que dicen los borrachos en los bares cuando la toman con el barman. En un principio les contestó sin pensarlo demasiado, sólo para que se callaran de una vez, pero después le pareció que no era una mala salida, sobre todo porque aún le faltaban algunos años para los sesenta, y hasta le gustó esa novedad de tener planes para después de la jubilación y poder contárselos a la gente, y lo repitió tantas veces de ahí en adelante que, llegado el momento, ya no se atrevió a volverse atrás.
El mes pasado había cumplido sesenta años y, tal y como anunció que haría cuando llegara a esa edad, había vendido el bar y ahora estaba a punto de cerrar el negocio para siempre e irse con su mujer a Benidorm. Esa idea se le ocurrió una tarde que los hermanos Martínez, hasta arriba de sol y sombras, llevaban un rato provocándole con el mismo cuento de siempre, que para qué trabajaba tanto, que para qué quería el dinero y que si no pensaba retirarse nunca y todas esas cosas que dicen los borrachos en los bares cuando la toman con el barman. En un principio les contestó sin pensarlo demasiado, sólo para que se callaran de una vez, pero después le pareció que no era una mala salida, sobre todo porque aún le faltaban algunos años para los sesenta, y hasta le gustó esa novedad de tener planes para después de la jubilación y poder contárselos a la gente, y lo repitió tantas veces de ahí en adelante que, llegado el momento, ya no se atrevió a volverse atrás.