Ya resulta imposible distinguir entre lo verdadero y lo falso, entre la realidad y la ficción. Entre lo auténtico y lo impostado. El hombre, en esta época, vive a caballo de ambos mundos. Basta con echar un vistazo a esas noticias en las que se destapan engaños, fraudes, traiciones: el cura pederasta, el policía corrupto, el vecino homicida, el alcalde que blanquea dinero. Acabo de leer una noticia y aún estoy asombrado. El titular dice así: “Orange paga a actores para que hagan cola por el iPhone”. Fue en Polonia. Reconocieron que, a la puerta de veinte tiendas del país, habían colocado a personas pagadas que fingían esperar para comprarse el famoso iPhone. La intención era “generar expectación”. Un truco publicitario, un engaño, que resultará muy efectivo. Imagino a uno de esos actores entrando en la tienda. Se acerca al vendedor y este le dice: “Supongo que el caballero desea el iPhone”. El tipo contestará, en voz baja: “Supone mal. No voy a comprar el teléfono. Soy uno de los actores contratados para generar expectación. Hagamos como que me lo vende y déme una caja vacía”. El vendedor dirá: “Entiendo. Gracias por su participación”.
Es una buena artimaña, pero supone una mentira. Es buena porque las colas atraen a la gente. Atraen a los ociosos y a los que creen que lo mejor siempre es aquello donde se reúne la muchedumbre. Lo he visto varias veces en Madrid, una ciudad de colas kilométricas. Cuando no está muy claro para qué es la cola, por ejemplo a la puerta de unos grandes almacenes, hay gente que se para a tu lado y pregunta. “Oiga, ¿para qué es la cola?” Te dan ganas de responder: “¿Y a usted qué le importa?” En Madrid basta con que media docena de personas hagan círculo para ver la actuación de un mimo en Preciados para que todos nos acerquemos a curiosear qué es lo que allí se cuece. He visto de refilón a oradores junto al Oso y el Madroño. Su retórica estaba hueca y quizá hablaban del fin del mundo, pero tuvieron la suerte de ser observados y escuchados por unos cuantos y a partir de ahí se generó la expectativa. ¿Se han parado a observar las caras de la gente en esas ocasiones? Algunos parece como si se rascaran el cogote mientras se preguntan si aquello merece la pena, y quizá creen que, al arremolinarse tanta gente en torno, de veras merece la pena.
Un representante de Orange lo reconoció. La noticia la recoge el diario El País: “Tenemos estas colas falsas frente a 20 tiendas en todo el país para aumentar la expectación por el iPhone”. Y el tío se queda tan ancho. La estrategia consiste en que el ciudadano de a pie vea las colas y piense: “Todo el mundo se está comprando el iPhone menos yo. Tengo que hacer algo al respecto”. Y el ciudadano de a pie no será feliz hasta que sea igual o mejor que su vecino. Hasta que sus privilegios superen al prójimo. Y, aún así, no estará satisfecho. Leamos estas declaraciones del escritor Thomas Bernhard, recogidas por Kurt Hofmann: “Si alguien va en ciclomotor, odia al que conduce una Honda de setenta mil chelines. El que conduce una Honda, odia al del Mercedes. El del Mercedes dice: “Quisiera tener un castillo”. Quien tiene un castillo querría en realidad poseer Europa. Por eso no salen de la infelicidad”. Y de eso, precisamente, se aprovechan algunas empresas. Todo consiste en superar al vecino, en consumir no por placer, sino por competición, por no quedarse atrás, por no ser menos que el resto. Así que, con ejemplos de esta clase, es evidente que vivimos con un pie en la verdad y otro en la mentira. Resulta difícil distinguir por dónde nos movemos.