Volví muy satisfecho de mi ciudad natal, tras pasar allí el fin de semana. Otros años, creo recordar, acabo refunfuñando por la falta de animación, las continuas trabas que ponen las autoridades y el mediocre nivel de los festejos. Es una apreciación muy personal, pero me parece que este año, en las Ferias y Fiestas de San Pedro, había mucho júbilo, mucha alegría por la calle, mucha animación en general, mucha gente por doquier, muchas peñas, mucho ruido y ninguna furia. Se notaba buen rollo. Para saberlo hay que estar horas mediando entre la calle y los garitos. No sé si fue el entusiasmo y el optimismo de la gente por esto de la Eurocopa, pero advertí buenas vibraciones, menos fatalismo y enormes ganas de disfrutar y pasárselo en grande. No sé si han sido las gestiones de la alcaldesa para que las fiestas sean mejores, dado que ya no sigo la política zamorana. No sé si ha sido el clima, agradable: bochorno durante el día y algo de brisa por la noche. No sé si fue la cantidad de gente que se juntó en la ciudad este fin de semana. Había peñas y charangas por las calles. Mi peña favorita es la “Resaca”, por varios motivos que no voy a desvelar aquí. Se celebraron algunos conciertos gratuitos en la Plaza Mayor, lo cual favoreció la concentración de gente en ese entorno, que aglutina el mayor flujo de paseantes.
Eso sí, me he perdido justo lo que quería ver, lo que procuro no perderme: el encuentro con los Gigantes y las Gigantillas y los fuegos artificiales del domingo por la noche. Pero ya estaba de regreso a Madrid, a esas horas. Y no me topé con los Gigantes. No siempre se puede ganar. Pese a las concentraciones de gente, a la muchedumbre que poblaba Los Herreros, Santa Clara o el casco antiguo, esto no se ha traducido en ganancias, según leemos en el periódico. Al menos para los vendedores de la Feria de Cerámica y, supongo, del Ajo. Esto significa que a todos nos gusta pasear, ir de aquí para allá, mirar los botijos y las ristras, contemplar lo que exponen y lo que venden, pero no sacarnos la pasta del bolsillo para comprar.
También he disfrutado en mi ruta habitual de garitos. Especialmente el sábado. Estuve, como siempre, en el Ávalon, que es como mi segunda casa en la ciudad. Pasé por el Bayadoliz, por el Pintón, por el Chorizo, por el Parklife y no sé cuántos bares más. Este año ha sido raro para mí: estuve sólo cuatro días en Zamora durante la Semana Santa y desde Navidad sólo he estado allí en tres ocasiones, o así. Y no siempre he podido bajar a Los Herreros, así que me quité esa espina el fin de semana. A veces sostengo pequeñas discusiones con algunos amigos. La mitad ya no quiere pisar por los bares de Los Herreros (cosas de la edad, supongo). Los demás insistimos en volver. En regresar a esos garitos en los que prácticamente hemos crecido y nos hemos formado. En la madrugada del sábado al domingo me retiré a casa en torno a las siete de la mañana. Era de día. Unas horas después me despertó la animación callejera: las charangas, el rumor de las conversaciones, el ruido de la muchedumbre. Como consecuencia de trasnochar y salir de juerga y dormir poco me fui a Madrid con el cuerpo jotero. Literalmente molido. Juro que en la capital no me pego estas farras legendarias. Pero es volver a Zamora y caer en la tentación. Es muy cómodo salir por nuestra ciudad, no hay grandes distancias. Y muy barato. Y siempre hay camareros que te convidan a una copa. Escribo esto el lunes y aún acuso en la cabeza y en los hombros el cansancio. Pero me alegro. Porque significa que disfruté.