jueves, julio 03, 2008

Candy, de Luke Davies


La cubierta de arriba pertenece a la edición norteamericana de Candy, la novela del australiano Luke Davies. Por una vez, y sin que sirva de precedente, me gusta más la portada española de Planeta que las de otros países, pero no he conseguido ningún jpg con suficiente resolución para colgarlo aquí. Y a mi edición de Círculo de Lectores, como dije, le falta la camisa.
Cuando estaba leyendo Candy pensé: "Es imposible que las situaciones y sentimientos de este libro sean inventados. Salvo que Davies escribiera el libro codo a codo con un yonqui". Entonces entré en Google. En efecto, el escritor estuvo enganchado a las drogas durante alrededor de una década. El mismo tiempo que sufren los protagonistas de su novela: el narrador y su novia, Candy.
Candy posee aquí tres significados: es el diminutivo del nombre de ella, Candace; es la traducción en inglés de caramelo; y es otro modo de llamar a la heroína, en jerga. Porque eso es lo que consume el protagonista cuando Candy aparece en su vida. Un día, él le prepara una chuta y ella prueba la heroína en vena. A partir de entonces, todo va cuesta abajo. Cielo e infierno se confunden. El cielo es el amor de ambos; el infierno es su necesidad de saciarse con el caballo. Harán cualquier cosa para conseguir la droga en el día a día: ella se prostituye; él da palos a la gente, roba libros y tarjetas; de vez en cuando trapichean; piden préstamos; intentan tener un bebé y lo pierden.
La adaptación de la película es buena. Pero seamos sinceros: la novela le da muchas vueltas, y es mucho más fuerte. Hay pasajes inolvidables que no aparecían en el filme:
  • El capítulo en el que ambos contraen ladillas. Por las noches se entretienen quitándoselas, como si fueran monos. Luego las colocan sobre unas gafas de sol y las alimentan con su propia sangre, pues están convencidos de que las ladillas se han enganchado a la heroína a través de su sangre. Después, las matan.
  • Ese episodio en el que vuelven a su despertar sexual después de observar la cópula salvaje e instintiva de sus gatos. Muy bien descrita, por cierto: lo sé porque he visto a muchos gatos copulando, y no en documentales.
  • Los pasajes en los que el narrador habla de sus venas y se busca nuevos rincones para picarse, o aquellos en los que cuenta cómo elaborar heroína partiendo de la codeína en su pequeño laboratorio casero. O ese momento en el que un colega yonqui se pincha una arteria del cuello y prepara una sangría digna de Taxi Driver.
  • Los robos fallidos en los que comete varias torpezas y la policía lo atrapa en seguida.
  • La descripción exhaustiva de sus sufrimientos cada vez que intentan desintoxicarse, con sábanas empapadas de sudor y vómitos.

Pero, además, Candy es una historia de amor total. Davies también es poeta y eso se nota en algunos pasajes. Una historia terrible, de amor y adicciones, que no entiendo por qué está descatalogada. No entiendo por qué no la publicaron Anagrama o Mondadori. Ya es un libro de culto y lo será más en el futuro. Os dejo con un pasaje:

Por las noches pienso que si pudiera escribir una lista de las cosas que me gustan, de alguna manera, eso me ayudaría a salir de la mierda en la que estoy metido. No sé cómo sería exactamente, pero creo que podría llegar a funcionar. Escribir una lista. Es una idea extraña. ¿Y qué incluiría en la lista? Me gusta leer. Me gustan las películas, sobre todo de madrugada, cuando el resto de la ciudad duerme. Me gusta ver fútbol americano en la televisión. Es un deporte hermoso, raro, como de otro planeta. Me gusta Candy, el calor de Candy, el coño de Candy, los ojos de Candy, sus pechos, su sentido del humor, su actitud, sus piernas, su voz, su risa… Me gustan muchas cosas de Candy. Me gusta el sexo. La lista no debería incluir que me gusta la heroína; eso no ayudaría. Me quedo sentado, en silencio, y la lista parece desvanecerse y mis pensamientos empiezan a vagar. Intento concentrarme, volver a la lista, pero me cuesta pensar. Libros de viajes. Me gustan los libros de viajes. Posiblemente haya muchas otras cosas que me gusten esperando a que yo las descubra. Ahora mismo no sé cuáles son, pero seguro que son buenas. Seguro que la bondad y la misericordia nos acompañarán durante el resto de los días de nuestras vidas. ¿Dejaré de meterme heroína algún día?