Estuve en León, ciudad hermana de mi tierra, y pasé allí algo menos de veinticuatro horas. Aproveché el tiempo todo lo que pude. Un paseo junto al río tras bajar del tren. El encuentro con algunos de los amigos de mi panda. Un par de cervezas en un garito que uno de ellos me había recomendado: el Móngogo, un auténtico templo que rinde culto al cine de serie B, al terror, a las películas de Paul Naschy, Tod Browning y Boris Karloff, a Santo “El enmascarado de plata”, a Divine, Catwoman y Ed Wood, etcétera. Como comprenderás, para mí la visión de las paredes y las puertas adornadas con afiches y fotos de esos iconos de las “cult movies” supuso una sorpresa y una alegría.
Estuve en el C.C.A.N., que está a un paso del Móngogo. El C.C.A.N. (Club Cultural de Amigos de la Naturaleza) es un símbolo de la cultura de vanguardia leonesa y nació el mismo año que yo. Desde hace un par de años quieren derribarlo para restaurar el edificio. El C.C.A.N. ha reunido variados actos culturales y sociales desde sus inicios: proyecciones de cine y vídeo, charlas, debates, recitales poéticos, conciertos, presentaciones de libros, conferencias, exposiciones, obras de teatro… La lista es larga. Todo cabe en este club, menos el mal rollo. El ambigú se ubica en la buhardilla de un edificio de la Plaza Puerta Castillo. Cuenta con un escenario, barra de bar, sillas y mesas, servicios. Esto lo anoto para la gente de mi ciudad que no lo conoce. Soy consciente de que los leoneses saben de sobra de qué hablo. Mientras subía por las escaleras hasta la buhardilla el lugar me dio buenas vibraciones. Me gustaron las pintadas y graffitis que decoraban las paredes. Me gustó el ambiente, la atmósfera del lugar, el clima, llámalo X. Probablemente (pero es una impresión muy personal) las gratas sensaciones que recibe uno al poner un pie dentro provienen de su actividad antifranquista en sus inicios. De eso, y también de haber perfumado el garito con actos culturales, aroma de birra, buena música, fanzines, poesía y amistad. Allí me reuní con algunos de mis amigos escritores. Buena gente: con talento para la literatura y la poesía y, sobre todo, con talento para echarte una mano cuando la necesitas.
Tapeamos un poco por los bares del Húmedo. Ya sabes cómo funciona, ¿no? Pides una caña y te ponen una tapa. Al contrario que en Madrid, donde últimamente son más tacaños con la tapa que debería acompañar a la bebida, y donde a veces tiene uno que pedir que, por favor, le sirvan un platillo de cacahuetes como a los demás tipos acodados en la barra. Pero a esas horas ya estaban cerrando las cocinas y algunos bares de raciones, así que al final recalamos en un pequeño establecimiento de bocadillos, donde me metí el segundo bocata del día (el primero fue en la estación de ferrocarril de Chamartín, unos minutos antes de subir al tren). Hay ciertas cosas de León que me recuerdan mucho a Zamora. No las enumeraré aquí. No nos fuimos muy tarde a dormir. Supongo que eran las cuatro de la madrugada, o por ahí, no sé. Al día siguiente uno de mis amigos nos llevó a comer a la cafetería/restaurante del Musac, el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León. Allí nos despachamos una hamburguesa de carne de buey que figura ya entre las mejores hamburguesas que probado en mi vida: los otros puestos corresponden a las que preparan mis colegas en las barbacoas, y con esto se entenderá que no me gustan las del Burger King ni las del McDonald’s y, en efecto, las detesto. En la próxima ocasión quizá pida la hamburguesa de sepia del Musac. Un viaje relámpago, bien aprovechado. Con ganas de volver allí.