Algunas personas inventan su propia realidad, pero eso no significa necesariamente que estén enfermas. El protagonista de “Lars y una chica de verdad” es un tipo introvertido y alérgico al contacto físico y al cariño (Ryan Gosling, en una interpretación tan lograda como la que ofreció en “Half Nelson”), quien un buen día compra por correo una muñeca de goma y la pasea por el pueblo como si fuera una chica real, contándole a todo el mundo su pasado, sus gustos y sus orígenes. La psicóloga que empieza a tratarlo, sin que él lo advierta, decide que la situación ha sido creada por la mente de Lars para decir algo o resolver algo o afrontar un problema. Pero Lars, al contrario de lo que haría cualquier hombre que se comprara una muñeca inflable por correo, no se la cepilla. Y entonces aquí subyace una cuestión, uno de los subtextos del filme: ¿Quién está más loco: un tío que se compra una muñeca para practicar el sexo con ella y luego arrumbarla en una esquina o un tío que se compra una muñeca para pasearla por la calle como si fuera su novia? ¿Debemos creer que quien se acuesta con la muñeca está más sano de la cabeza que el que habla con ella?
El mayor atractivo de “Lars and the Real Girl” no es su conexión con Berlanga y “Tamaño natural”, sino sus paralelismos evidentes con “Don Quijote de la Mancha”. Pero en todas las críticas y reseñas que he leído de la película, a posteriori, no citaban este vínculo, este homenaje, esta inspiración para la guionista Nancy Oliver (autora de los guiones de numerosos episodios de la serie “A dos metros bajo tierra”). Tal vez sea porque dichos críticos no han leído la novela de Cervantes: podría ser. Pero la directora de la película nos ofrece un guiño, el guiño definitivo. En una escena, Lars lee un pasaje de un libro a la muñeca, como si ésta pudiera escuchar su voz. Y el libro no es otro que “Don Quijote de la Mancha”, en uno de los fragmentos en que el hidalgo cree ver a una princesa donde sólo hay una aldeana.
En la novela de Cervantes, Don Quijote crea su propio mundo. Un mundo de caballeros, princesas, gigantes, duelos y continuas aventuras. Él deforma la realidad a su alrededor. Y la mayoría de personajes, ¿qué hacen? Le siguen el juego. Le dan la razón, le llevan la corriente. En “Lars y una chica de verdad” la mujer del hermano de Lars y la psicóloga que lo trata creen que conviene darle la razón, involucrar a la muñeca en la vida cotidiana del pueblo y pedirle a la gente que hable con ella como si, en efecto, estuviera viva. Reacios al principio, los habitantes de la localidad terminan aceptando las reglas del juego. Conversan con ella, la peinan, la llevan de paseo. Y es entonces cuando surge otra pregunta en la mente del espectador: ¿Quién está más loco: el hombre que cree que una muñeca es su novia o los habitantes de un pueblo que deciden seguir la comedia? O, en palabras de Obi Wan Kenobi, el maestro Jedi: “¿Quién está más loco: el loco o el loco que sigue al loco?”. ¿Dónde se encuentran los límites? ¿Cuál es la frontera? Al principio de la cinta vemos, además, a una compañera de trabajo de Lars que está interesada en él, pero el hombre tiene problemas para relacionarse con las mujeres o con cualquiera que le ponga un dedo encima. Los últimos minutos del filme nos demuestran dónde está el problema de Lars y cómo hará para resolverlo. Es una vuelta de tuerca brillante, que dota de sentido a lo anterior. Para escribir este texto busqué alguna entrevista con el actor Ryan Gosling. Y encontré esta declaración suya: “Don Quijote siempre tiene la opción de tomar el camino equivocado, pero busca la luz en lugar de las sombras. Y algo así ocurre con Lars”.