No suelo seguir a diario el programa de Wyoming en La Sexta, pero a veces veo unos minutos. Wyoming continúa con su humor corrosivo. Sigue en plena forma. Entre las variedades de este show, hay varias secciones en las que se realizan montajes o se preparan bromas en la calle, con cámara oculta. Una tarde, creo que fue hace una semana o así, pusieron un reportaje de esos de cámara oculta en el que se desvela la naturaleza de la mayoría de los hombres. Y en este caso, cuando escribo “hombres” no me refiero al género humano, sino sólo a los varones heterosexuales, esa categoría en la que me incluyo y que, en ejemplos como el que voy a contar, a menudo me obliga a sentir vergüenza ajena.
En el reportaje en cuestión había una mujer. Una mujer atractiva (y en seguida se entenderá por qué recalco esto) que, supongo, suele preparar este tipo de situaciones para el programa de Wyoming. La idea consistía en simular que a ella, solitaria y desamparada, se le había estropeado el coche en pleno aparcamiento exterior. No sé si era un aparcamiento de esos que hay junto a los centros comerciales. Al menos lo parecía. La cámara oculta la mostraba en pie, al lado del coche con el capó levantado, y desesperada. Cuando pasaban los varones andando o en su propio coche, se dirigía a ellos para rogarles que la ayudaran, que le echaran un vistazo al vehículo, que si podían llevarla a la ciudad X. Lo interesante del caso es que la mujer se había disfrazado de fea o de poco agraciada. Con unas gafas poco estéticas (porque las gafas les suelen sentar muy bien a ellas), mal peinada, sin maquillar, sin un centímetro de piel al aire… Ya saben, como en esas comedias norteamericanas en las que sale una estudiante con gafas de culo de vaso, moño y granos a la que nadie mira salvo el protagonista, y que, cuando alguna amiga decide ponerle lentillas, una minifalda, escote y maquillaje, debajo encuentran a una mujer rompedora, un cisne que acaba enamorando a toda la escuela y que vence en hermosura a la reina del baile, etcétera. Pues bien. La chica, de esta guisa, pedía ayuda a los fulanos que pasaban. Y el resultado eran encogimientos de hombros, evasivas, excusas varias, huidas casi al trote (aquí estoy exagerando; pero, al poco de escuchar los ruegos de la mujer, algunos se alejaban). Los hombres no sabían nada de motores, o si sabían algo no estaban dispuestos a llevarla a la ciudad X. En la segunda parte del reportaje, la mujer sacaba sus mejores armas. Sin gafas, con el pelo suelto, muy maquillada, con minifalda. Todas esas características que obligan a muchos conductores a frenar en seco en la calle cuando ven algo de escote y algo de muslo, o sea cuando ven cacho. Y claro, todo eran tipos que corrían a socorrerla. Individuos que se detenían e intentaban “con sus mejores intenciones” hacer lo que fuese por ayudarla. De pijos en coches que se ofrecían a llevarla a donde hiciera falta.
Los programas de cámara oculta suelen estimular nuestra risa, y no son más que bromas. Pero en ellos se revela el germen de muchos seres humanos. Un famoso con escaso sentido del humor preparará un escándalo en cuanto la broma no le haga gracia y se trague el anzuelo. Viendo esto de la mujer y sus dos caras (fea y guapa), me reí. Pero luego el asunto me pareció muy triste. Sí, ya sé que siempre resultan más atractivos un par de muslos, pero me pareció triste porque pone al descubierto que los hombres nos guiamos por el álter ego que llevamos entre las piernas. ¿Dónde queda la solidaridad entre los ciudadanos? No existe. Sólo existe el interés, ligar, sacar beneficio, echar un clavo, mirar por uno mismo y no por el prójimo.