Me parece que los ciudadanos ya estamos hasta el gorro de las elecciones. Estamos deseando que pasen, que llegue el día de votar y que los politicastros dejen de darnos la chapa, de inventarse chorradas y de soltar por esas boquitas el montón de promesas con el que nos vienen amargando un día sí y otro también. Promesas de las cuales sólo cumplirán algunas; o cumplirán la mitad de la mitad de cada promesa; o ni eso: ni siquiera las cumplirán. Cada vez que sale un candidato a la palestra nos echamos a temblar. Podríamos establecer un concurso o hacer una porra: a ver quién de ellos suelta la chorrada más grande.
Pero se lleva la palma el tal Rajoy. Lo último es para nota: eso de querer rebajar la edad penal para los delitos cometidos por menores. Quizá Rajoy, ejemplo cristalino de fascista, crea que en la cárcel se solucionan los problemas. Que todo consiste en encerrar, multar, echar del país, endurecer las penas, poner cortapisas, limitar los derechos. Rajoy recuerda a esos señores que salen en las comedias sobre el medievo, esos hombres principales que, celosos de que sus mujeres se la puedan pegar con otro individuo, lo solucionan poniéndoles el cinturón de castidad, encerrándolas en su alcoba, limitando sus vidas mediante candados, cerrojos, cadenas y grilletes. Se trata de tipos cuya manera de remediar los problemas consiste en la censura y la prohibición, no en ir a la base del problema para tratar de buscarle soluciones. Lo más fácil siempre es poner el candado y arrojar la llave a un pozo. Las promesas de Rajoy auguran (si gana las elecciones) una época oscura, medieval, demasiado restrictiva, propia de una España cerrada, retrógrada y añeja. Sus promesas a la desesperada (ni él mismo parece convencido de que ganará las elecciones) son, por ello mismo, cada día más ridículas, y desprenden un tufillo de xenofobia, de racismo, de homofobia, de extrema derecha. Da la impresión de que Rajoy no vive en este país. Parece que aún vive en el pasado, en tiempos rancios de censura y falta de libertades. Por eso no interesaba Gallardón. Sí, Gallardón es de derechas, pero de una derecha más fina o menos dura. Por eso le dieron la patada en el culo y lo apartaron de las listas. Cuando en el PP empiezan a cortar cabezas, sólo pueden sobrevivir quienes son más duros y más extremistas. Ojalá tuviéramos una máquina del tiempo en un DeLorean: meteríamos dentro a Rajoy, a Esperanza Aguirre, a Aznar, a Zaplana y a unos cuantos más y los enviaríamos a la España de los años cuarenta, a vivir con la dictadura de Franco.
Rajoy, que al principio parecía un tipo con cabeza, se ha convertido en un hombre desesperado de ideas muy peligrosas. Sólo le falta prometer que volverán la censura y la pena de muerte. Todas estas ideas locas y estas promesas que vomita a diario este hombre desesperado nos empujan a pensar en un país de clima asfixiante, como si nos prometieran que vamos a vivir encerrados en un ataúd. Las propuestas de Rajoy ya parecen más radicales que las de Aznar. La suya es la política del miedo, como ha escrito Ignacio Escolar en su blog. Rajoy sabe que anunciando la catástrofe del país en manos de los socialistas, la gente de la tercera edad se tragará el caramelo que trata de vender: que con él y su equipo al frente de España habrá seguridad y derechos para todos. Esto es lo que hay: la España de Zapatero es en colorines, como si nos ofreciera un mundo multicolor y guay, propio de “Alicia en el país de las maravillas”; pero es mucho peor la España de Rajoy, que anuncia una época oscura y fascista, pródiga en candados y en recorte de libertades.