Tengo que acompañar a alguien muy especial al aeropuerto. Hay que estar allí a las seis de la mañana. En la madrugada del domingo al lunes. La noche de los Oscar. A las once del domingo ya estoy metido en la cama, durmiendo. A las tres y media, al dar una vuelta entre las sábanas, me despierto, me desvelo, me es imposible volver a conciliar el sueño. Permanezco en vela, con los ojos abiertos, dudando. El primer impulso es levantarme y encender la radio y meterme en internet para seguir la ceremonia de Hollywood. Quiero confirmar que Javier Bardem habrá recibido el Oscar por su interpretación. Pero la prudencia me vence y decido intentar dormir otro poco. En la noche, oigo el ladrido furioso de varios perros. Un vehículo que pasa por la calle. No logro concentrarme, como si tuviera insomnio. Parece que al final lo consigo, a juzgar por la breve cabezada en la que sueño que entro en un taxi para que me lleve al aeropuerto. Me duermo unos diez o quince minutos antes de que suene el despertador. Son las cinco de la madrugada y el taxi vendrá a las cinco y veinticinco. Me queda el tiempo justo para hacer la cama, vestirme y encajar las lentillas en unos ojos crujientes de legañas. Sobra un minuto y debo decidir entre averiguar si Bardem ya ha ganado o tomar un café. Me decido por lo primero. Entro en internet y compruebo que sí, que se lo han dado. Alborozo nocturno, pues aún es de noche. También han ganado los Coen por el guión y dos sorpresas en la categoría de actrices: la bella Marion Cotillard y la extraordinaria actriz Tilda Swinton, que no estaban en las previsiones.
El taxi espera junto al portal. No hace demasiado frío. El conductor lleva la radio encendida, como todos los taxistas, y por suerte ha sintonizado una emisora que retransmite la ceremonia. Pero tiene el volumen bajo y cuesta oír desde atrás lo que cuentan los locutores. Camino del aeropuerto, con el taxi atravesando la noche, deslizándose entre vehículos con gente que irá a trabajar, alcanzo a oír algunos premios más. Diablo Cody, dicen, está en el escenario. Dos y dos son cuatro: eso significa que “Juno” ha obtenido el premio al mejor guión original. Después, porque la ceremonia va a todo trapo, escucho que Helen Mirren da el Oscar al mejor actor. Daniel Day-Lewis. Es una madrugada de galardones que me satisfacen. Antes de poder oír quién gana los premios destinados a mejor director y mejor película (aunque está prácticamente cantado), el taxi llega a su destino. Son casi las seis de la mañana y en el aeropuerto, en la Terminal 4 de Barajas, se percibe jaleo de gente. Ruido de ruedas de maletas, hombres y mujeres con los ojos emboscados por el sueño. Tras facturar, buscamos una cafetería. No encontramos ninguna. Sólo hay un McDonald’s, pero parece de diseño, como si hubieran sacado las mesas y las sillas y la decoración de un museo vanguardista. No me gusta McDonald’s ni la comida de McDonald’s, pero necesito cafeína y algo de comer. Bebo una Coca-Cola y como un donut. Frente a nosotros, encima del cartel que pone “Departures / Salidas” hay un reloj. Las agujas marcan las seis y veinte y la situación me parece irreal porque estoy muerto de sueño.
Me despido a las siete menos veinte. Me voy solo, hacia la estación de metro, con el último libro de mi colega Oscar Esquivias en la mano. Empiezo la lectura sentado en uno de los bancos del tren. No hay manera de saber quién ha ganado los dos Oscar que me faltan. Cuando salgo del metro, a las siete y media, aún es de noche, pero empieza a clarear. Un cielo muy azul, perfecto. Entro en casa, miro los premios en internet, tomo un café, me doy una ducha y escribo esto.