Aún no he contado el desenlace de mis tribulaciones con la conexión a internet y los múltiples errores para navegar. Mi experiencia quizá pueda servirle a alguien de ejemplo a seguir. En diciembre, y durante un par de semanas, los fallos de conexión se hicieron tan frecuentes y tan largos que actualizar un blog podía ocuparme entre una y dos horas. Tiempo arrojado a la basura. Además de los nervios propios de una mala navegación. Cualquiera que haya tenido problemas con internet sabe de lo que hablo. La conexión va y vuelve, las páginas se abren despacio, es un suplicio tratar de ver una noticia o atender el correo electrónico. Un amigo me dijo que la clave no consistía en cambiarse de empresa proveedora, sino en dar la paliza a los encargados del número de averías que figura en la página web de la empresa a la que le has contratado el servicio. Cuantas más llamadas, mejor. Cuanta más brasa, mejores resultados.
Así lo hice y, por fin, y tras varias semanas de tortura y de llamar varias veces, y de la revisión por parte de los técnicos de la conexión desde la central hasta mi domicilio, y de asegurar que no había problemas de recepción entre ambos, ya que el teléfono fijo jamás ha dado problemas, conseguí que un técnico fuera a casa. Si la avería no es por tu culpa, no cobran la visita. Por tu culpa quiere decir: haber conectado mal los cables, o tener el ordenador hecho un cacharro (hace años me ocurrió, cuando vivía en Zamora: se estropearon los ventiladores por no limpiarlos cada cierto tiempo y la conexión no funcionaba, ya que el pc se calentaba en exceso y carecía de fuerza para la navegación), o cualquier otra circunstancia similar. Como no parecía ser el caso, enviaron a un técnico justo el día en que me iba de viaje a mi tierra. Aquella mañana, previa a las vacaciones del personal, le habían adjudicado un montón de reparaciones y supervisiones, porque luego todo el mundo se pira a su provincia y se toma un descanso y no quiere saber nada, y el muchacho me llamó varias veces por teléfono. Al otro lado sonaba la voz de un tipo amable, educado, cordial. Se disculpó por no estar a la hora y al final llegó unos minutos después de marcharme de viaje. Como quedó un familiar en el piso, pudo abrirle la puerta y atenderle. El técnico, al parecer, vio rápido el problema y su solución. El router estaba hecho un asco. Estropeado. A punto de morir. Así que lo cambió por otro. La visita no la cobran, pues uno no tiene la culpa de la fecha de caducidad de las máquinas que utiliza, pero te cargan el precio del router nuevo en la factura si ha pasado el tiempo de la garantía del viejo aparato.
No pude probar este nuevo modelo de router hasta principios de este año. La navegación, ahora, es una maravilla. Cumple los requisitos de velocidad y conexión sin fallos que prometía la publicidad. Va como una bala. La clave está en conseguir que los encargados de supervisar las averías den un repaso a todo, desde las conexiones de la central hasta la conexión del barrio y del domicilio, es decir, comprobar si no hay incidencias en la línea, en tu edificio y las calles próximas, sin olvidar la visita a casa. Disfruto estos días de internet como hacía mucho tiempo que no disfrutaba. Por fin puedo aprovechar una de las ventajas del reproductor iTunes. Quienes manejen este programa, sabrán que incluye numerosas emisoras de radio. Están clasificadas por géneros. Antes, cuando me conectaba, se cortaba la música cada cinco minutos. Ahora no hay cortes, y escribo mientras escucho un poco de todo: una emisora con música iraní, un programa yanqui con éxitos de los años setenta, una emisora inglesa con temas pop de los sesenta. Casi un paraíso.