Se ha comparado este breve libro con el Me acuerdo, de Georges Perec, y algo de eso hay, salvando las distancias. También aquí se construye una historia real partiendo de recuerdos que la autora francesa, Valérie Mréjen, va dejando en la página mediante el recurso de las anotaciones cortas. Empieza hablando de su abuelo en los años 70 y luego la historia se ramifica (otros abuelos, otras parejas de estos, sus tíos y tías, los hermanos) hasta culminar con el padre, que abarca un gran número de esos fragmentos. El humor de Mréjen es una brisa fresca. Es como la visión entre trágica y cómica que demuestra, por ejemplo, el director Wes Anderson ante la familia.
Cuelgo algunas de esas anotaciones para que el lector se haga una idea más aproximada:
Mi abuelo llevaba a sus amantes a casa y hacía el amor con ellas metiendo a mi madre en la misma cama. Era el segundo marido de mi abuela. Ella pidió el divorcio. Tras hacer como que se suicidaba con un cuchillo de cocina, él aceptó amablemente. Mi abuela se volvió a casar con un gigoló y mi abuelo contrajo matrimonio con su secretaria, treinta años más joven que él.
Tenían un profesor completamente sordo. Uno de los alumnos levantaba la mano y preguntaba: «Señor, ¿puedo ir al servicio?». Poco después, otro preguntaba: «Señor, ¿puedo acostarme con su mujer?». El profesor decía: «¡No, ya ha ido otro!».
Mi padre no lee jamás las instrucciones de los aparatos que compra. Nos pide que lo hagamos por él y se lo expliquemos.
Mi padre nos dice a menudo que sólo se puede confiar en la familia, porque los amigos se esfuman en cuanto hay que echar una mano.
Mi padre nos escucha sólo a medias cuando le contamos nuestras cosas. Se limita a estar presente y a aparentar cierta atención. Después es capaz de preguntarnos sobre ello diez veces sin acordarse de que ya lo hemos hablado.