Este fue el tipo de amor que supo inspirar a Elena, con apenas diecinueve años, Julio Branciforte. Era uno de sus vecinos, pobre en extremo. Vivía en una miserable vivienda construida en la montaña, a un cuarto de milla de la ciudad, en medio de las ruinas de Alba y sobre el borde de un precipicio de ciento cincuenta pies de altura, tapizado de vegetación, que circunda el lago. Esta casa, que lindaba con la umbría y magnífica espesura del bosque de Faggiola, fue demolida más tarde, cuando se construyó el convento de Palazzuola. El pobre joven no poseía más que su aspecto vivaz y ágil, y la despreocupación no fingida con la que sobrellevaba su mala fortuna.
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