Si viven en Madrid o van alguna vez de visita a la ciudad caótica, y son amantes del cine y la literatura, no dejen de acudir a la librería Ocho y Medio. Está cerca de la Plaza de España. Yo la frecuento de vez cuando y, sin embargo, no creo haberla mencionado jamás en parte alguna. Un olvido imperdonable. Porque esta librería es un clásico. Además de su amplio catálogo de manuales, guiones, obras de teatro y enciclopedias, es un local fastuoso, elegante, con cierta clase. Al fondo hay, por ejemplo, un sofá donde algunos visitantes se sientan a leer o a conversar. Recuerdo que, en una de mis anteriores visitas, había una actriz allí sentada, hablando con otra mujer. El repertorio de libros en inglés causa sensación al cinéfilo. También hay espacio para otros productos: camisetas, figuritas, carteles, tazas y posavasos, revistas y periódicos, y muchos objetos de adorno.
El fin de semana pasado iba por la calle donde está ubicada la librería (y cuyo escaparate siempre está bien adornado con pósters, libros raros, guiones y fotos de rodaje), y comprobé que estaba abierta. Entré un rato. Pensaba merodear por allí unos cinco o diez minutos. Lo cual incumplí. No se me puede dejar dentro de una librería y esperar que salga pitando en unos minutos. Sería como pedirle peras al olmo, o como se diga. Ignoraba que, anexo a la librería, habían abierto otro local. Una extensión dedicada a las novelas y a las biografías. Fue allí donde pasé casi todo el tiempo. Había muchos clásicos, y libros de algunas de las mejores editoriales de estos días; las editoriales pequeñas e independientes. Vi títulos ya descatalogados. Por ejemplo, “El camino del tabaco”, un clásico de Erskine Caldwell, una novela de tono crudo y violento que leí hace años merced al préstamo de la Biblioteca Pública de mi ciudad. En un estante habían reunido tres libros de una editorial que jamás había visto antes. Libros de pastas blancas, dentro de una colección llamada “Ruido blanco”. Había tres títulos (“Los comedores de hachís”, “Lami” y “Devocionario psicodélico”), y yo no conocía ninguno de ellos, pero sí a uno de los autores: Timothy Leary, autor del último de los tres. Les eché un vistazo, aunque no estaba interesado en ellos. Entonces busqué información de la editorial en las cubiertas interiores. Y lo vi: entre los próximos títulos anunciaban “Tocando fondo” y “Los bebés de las taquillas”. Sus autores, Dan Fante y Ryu Murakami. Dan Fante es el hijo de mi adorado John Fante, y en España no se conoce aún un libro de su pluma. Pero el apellido, Fante, y el título, “Tocando fondo”, me parecieron suficientemente atractivos para buscar el libro. Ryu Murakami (no confundir con Haruki Murakami, el de “Norwegian Wood” y “Kafka en la orilla”, entre otras) es el responsable de esa sórdida y deslumbrante novela que es “Azul casi transparente”, y de “Sopa de miso”, que aún no he leído.
No tenían esos libros allí. Apunté el nombre de la editorial y, emocionado, me propuse buscar información en internet. En la web de la editorial no aparecían. Tampoco en el ISBN. Ni en ningún catálogo de las numerosas librerías on line en las que indagué. Ni rastro. Tras casi una hora, encontré una noticia que databa de cinco años atrás. Hablaban del nacimiento de la editorial (Tf editores). Entre sus próximas publicaciones estaban esos títulos de Fante y de Murakami y otro de Matthew Stokoe, el chiflado que escribió “Vacas”. Pero, al parecer, esos títulos nunca se publicaron. La decepción que sufrí al descubrirlo aún me dura. Eso no se hace, hombre. Anunciar traducciones y no publicarlas es un golpe bajo. Eso duele.