Quienes trabajan a diario frente a un ordenador, tarde o temprano acaban padeciendo dos efectos: miopía y dolor de espalda. Esto significa que, tarde o temprano, usarán gafas correctoras para situarse delante del monitor y, si la deficiencia visual se acrecienta, incluso para otras actividades cotidianas, tales como salir a la calle o ver la televisión; significa que de vez en cuando los verás llevarse una mano a los riñones o a las regiones próximas a los omoplatos, y masajearse las carnes con suavidad mientras profieren una queja. Ay.
Al principio les oirás decir que no ven bien. Les toca forzar la vista para leer en la pantalla. Tienen una cita en la óptica. Sospechan que saldrán de allí con unas gafas de apenas dioptrías. Con el tiempo, esas gafas que sólo usan para el ordenador terminarán siendo parte de su vida, y se las pondrán más a menudo, y los cristales serán cada vez más gruesos, y tal vez los sustituyan por lentillas, que cansan menos los ojos aunque provocan sequedad. Al principio se quejarán de un dolorcillo en la espalda, nada grave, sólo una molestia. La molestia no proviene de la frecuencia con que están sentados en la silla, sino de sentarse mal, con posturas raras y la espalda torcida, en plan jorobado. Deberían enseñarnos en la escuela a sentarnos correctamente. A mantener la espalda derecha en la silla para que no se nos olvidase jamás. Una enseñanza más útil para nuestra vida que aprenderse el catecismo. Esa molestia, ese dolor tenue, se agravará con los años. Entonces los verás llevarse la mano más a menudo a la espalda. Te dirán que tienen nudos, tirones y contracturas. Que han empezado a ir al fisioterapeuta, para que les arregle la columna, y que sienten ésta como si fuera un amasijo de escombros. Otros apostarán por el deporte, para mantener en forma los músculos de los hombros y de la espalda. Tú, para entonces, llevarás el mismo camino recorrido, porque tú también trabajas en una silla, ante el ordenador, mal sentado y quemándote las pupilas con la luz abrasadora de la pantalla. Quizá usabas gafas o lentillas mucho antes del uso cotidiano de los ordenadores en este país. La mala postura, con la espalda arqueándose, será un rasgo habitual en tu vida. Siempre habrá alguien que te diga: “Ponte derecho, hombre, que pareces el Jorobado de Notre-Dame”, y tú le mirarás con sorpresa porque él o ella caminan exactamente igual de torcidos que tú.
Cada día, frente al ordenador, recordaréis que la postura es esencial. Una cosa que los médicos y los especialistas llaman “higiene postural”. Consiste en sentarse de manera correcta, en mantener la espalda derecha, los hombros echados ligeramente hacia atrás, la cabeza alta, como si os hubieran empalado con una estaca. Cada día, al empezar las tareas, os pondréis derechos, firmes, conscientes de que ese hábito saludable os rebajará los dolores de la espalda y de las lorzas. Y cada día, cinco minutos después de forzar la postura, os iréis encorvando poco a poco y sin advertirlo, igual que un hombre se hunde despacio en arenas movedizas. Media hora más tarde habréis vuelto a la postura de siempre, con una joroba pugnando por salir, con la nariz más cerca del teclado, con el tronco torcido. No sólo es que se te olvide mantener el cuerpo derecho y que la espalda tienda a relajarse, a caer, sino que todo eso se agrava porque los golpes de la vida hunden a cualquiera. Un trabajador sentado frente a los ordenadores se planta en su silla, a primera hora de la mañana, con la cabeza alta y en actitud triunfadora, y al término de la jornada parece un abuelo, el tronco como una farola y los dedos masajeándose los ojos, llenos de ardor.