Arrastro, aun tantos años después, el trauma de los toros que me aterrorizaron en la infancia. La otra noche vi una noticia en el telediario: un toro o un novillo, no sé, se había escapado en Ciudad Rodrigo. Horas después, en la cama, sufrí una pesadilla. Estaba en un pueblo. Antes de soltar a los toros para el encierro, los morlacos se escapaban. Y yo en la calle. La gente gritando. El pánico. La indefensión. El miedo. Esa maldita pesadilla que se repite.
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