Ah, el amor. Creen en él. Siempre. El amor es la última de las esperanzas. Lo buscan. Lo acechan. Lo encuentran. Se entusiasman por él. Emprenden el vuelo. Por unos minutos, unas horas o unos días. Pocas veces más. Después, vienen las broncas. Los golpes. Lloran. Sufren. Empinan el codo. Y vuelta a empezar. Barcarola…
Ahí está el bus, que ha vertido su lote de payasos titubeantes. Como la víspera. Muchos empujones para subir… No hay bastantes sitios para todos, y nadie quiere quedarse ni un minuto más en Nanterre. Empieza a ser urgente encontrar vino. El temblequeo, al principio, es gracioso, pero luego evoluciona hacia el ataque de epilepsia, mucho menos divertido. Uno se mea encima, pero también y sobre todo, si el ataque se tiene demasiado pronto, la consigna es no dejarle ya marchar. Hospital. Urgencias. 24 horas de observación, etc. Adiós morapio… Por eso hay que subir lo antes posible a ese jodido bus. Una vez dentro, se está tranquilo.
Patrick Declerck