viernes, noviembre 09, 2007

La sed, de Andrei Guelasimov

Un hombre intenta guardar todas las botellas de vodka que acaba de comprarse. No caben en el frigorífico y, entonces, busca otros lugares para ellas. Llaman a la puerta. Es la vecina, quien le pide ayuda para que su hijo se vaya a la cama. Otra vez. Él entra a ver al muchacho, que permanece mudo cuando aparece. Obediente y asustado, el chico se va a la cama. Unas páginas después sabremos que Kostia, el protagonista y narrador, se quemó la cara en la guerra de Chechenia. Por eso asusta al niño.
Dos de sus compañeros de aquella contienda acuden a buscarlo a casa. Un cuarto amigo ha desaparecido y quieren encontrar su paradero. Esa búsqueda se convierte, para Kostia, en un viaje al pasado: su mala relación con su padre, el día aciago en que se quemó en un tanque, su infancia y aquel profesor que tuvo, siempre muerto de sed de vodka. Kostia también tiene sed, pero no sólo de vodka: sed de reconciliarse con el mundo, de aceptarse a sí mismo. Uno de los pasajes más admirables del libro es aquel en que el narrador, que suele dibujar su entorno, empieza a dibujar a sus compañeros de guerra, no como son ahora, sino como hubieran sido de no perder una mano o una pierna o de haber tenido otra vida.
A la editorial Tropismos no se le presta la atención que merece. Y eso que cuenta en su catálogo con un puñado de autores notables: Richard Bausch, Ken Bruen, David Mitchell, Jim Shepard, etc. Guelasimov no les va a la zaga. Es uno de esos autores rusos contemporáneos que van al grano, capaces de contarnos una historia como ésta, plena de hallazgos, en poco más de cien páginas.