martes, noviembre 13, 2007

La alambrada de mi boca, de Ana Pérez Cañamares

Quienes conocemos a Ana y, además, seguimos su obra desde hace años (una obra escasa, de momento, pero contundente), sabemos de su talento natural para la introspección, para el análisis de lo cotidiano, de las cosas sencillas, de donde es capaz de sacar oro puro a través de las palabras. Habíamos leído unos cuantos poemas gracias a las actualizaciones de su blog, pero aquí están, por fin, reunidos en un libro y estructurados en tres partes.
En la primera, la autora se adentra en el territorio de la maternidad, en una región en la que desaparecen o se difuminan las fronteras entre madres e hijas; el recuerdo de la madre muerta sirve de contrapunto para educar a su nieta de manera que no caiga en errores o no sufra las mismas heridas que quienes llevan su misma sangre, y se convierte así en un recorrido por la vida, la muerte y la herencia. En la segunda, es el amor de pareja el que adquiere protagonismo, con sus pitillos compartidos, sus cervezas, sus caricias, el piso familiar que adquiere categoría de parcela cuidada con celo. En la tercera, es la aceptación de la propia identidad de la poeta, con su insomnio, sus lesiones del alma, su intimidad y su presunta fortaleza, pero también hay lugar para el recuerdo de la amistad perdida, del futuro o de los huecos que los amantes dejan en la cama y que aprovecha esa gata que busca rellenar sus vacíos.
Todos los poemas dejan un poso de tristeza tras su lectura, pero al mismo tiempo nos reconfortan, porque somos capaces de reconocernos en esos gestos, en esos pensamientos, en esos adioses. Poemas profundos, como lo fueron los relatos de Ana, que sin duda reeleremos una y otra vez. Os dejo con uno de los poemas:
EL AMOR, A VECES

El amor es a veces
a media tarde de un día que nos ha visto madrugar
que nos ha visto inmolarnos en aras de una nómina
a final de mes
el amor es a veces
este secuestro
un cansancio triste y apagado que me toma por rehén
un esperar que me liberes
sin haberte mandado una señal
sin que nadie haya puesto precio a mi rescate
sin que el zulo haya tomado rostro de agujero
sino la limpia y anodida cara de nuestro cuarto.