Cada vez que salgo de casa y me dirijo al centro o a sus inmediaciones mis ojos no descansan. Quiero decir que no soy el típico transeúnte que va mirando hacia el suelo, o al que se le pierde la mirada en un horizonte de sueños. Suelo ir detectando tres clases de personas, si se me permite dividirlas así. En primer lugar, con la mirada busco gente rara. Quienes me conocen bien lo saben: soy una especie de coleccionista visual de tipos extraños. Gente insólita, distinta, que lleva impresa la huella del fracaso, de la locura, etcétera. En Madrid veo a muchos desencantados, a numerosos hombres y mujeres sin suerte. Inspiran lástima. Pero son personajes fabulosos, la esencia de la realidad. Viejos sin piernas, que caminan a trompicones con muletas antiguas. Chavales sin una mano o sin ambos brazos, que piden una limosna. Tipos a los que les falta media cara, o a quienes les ha salido algún bulto facial cuyas dimensiones no encajan con nuestros patrones, con lo que la vida real es para nosotros. Luego están los que, a su paso, fomentan las carcajadas. Chiflados que arrastran un carro, o que hablan con un juguete, o que conversan con una farola o con una motocicleta aparcada en la acera. En definitiva: gente distinta, la clase de individuos que no encontrarás en una serie de televisión española.
En segundo lugar, busco famosos. Famosos relacionados con el cine o la música, se entiende. A los famosotes del corazón y de la caspa no los reconozco, pero siempre hay alguien que me los señala. Lo normal es que un paseo hasta Callao, a media tarde, o una caminata breve para ir a comprar entradas para el cine, me deparen el encuentro con gente relacionada con la industria teatral y cinematográfica. Para los mitómanos como yo, estas zonas son un filón. No es que tenga suerte, es que me voy fijando. Les cuento los últimos ejemplos, sacados de las últimas semanas. Fuimos a un concierto y, detrás de nosotros, estaba el actor Oscar Jaenada. Una tarde nos sentamos en una terraza de La Latina y del bar salió el director Gonzalo Suárez. Fui de compras a Fnac y vi a Nawja Nimri, que alguna vez fue una de mis musas, y a la que encuentro cada poco cerca de mi barrio, pues vive no muy lejos del mismo. Es aún más guapa que en las películas. Salí a por el pan y me crucé con Fele Martínez, que venía de coger el periódico al lado de nuestro piso. Volvía de comprar entradas para el cine y a mi lado pasó Ana Álvarez; más tarde, cuando fui a ver la película, en la misma sala estaba Ángel Martín, el colaborador de “Sé lo que hiciste la última semana”, y que es un tipo que me cae muy bien. En las salas de cine y en el patio de butacas de los teatros es donde suelo toparme con más gente. A veces se sientan detrás, o cerca, y yo practico mi mitomanía observándolos. Luis Tosar, Marta Etura, Tristán Ulloa, Elena Anaya, Bárbara Lennie, Silvia Marsó, Juan Diego Botto, Kira Miró, María Adánez… A este paso, ellos van a pensar que soy el único hombre que les observa. Lo digo porque, a su alrededor, nadie les mira. No sé si la gente no se da cuenta o pasan de todo o no son mitómanos. Pero entiéndanme, yo me crié viendo películas.
En tercer lugar, mis ojos buscan gente de Zamora. También me encuentro a numerosos paisanos por la calle. Suelo ver a personas que conozco sólo de vista, de haberlas visto antaño en los bares o en las calles de mi ciudad. De vez en cuando veo un rostro familiar y digo: “Esa chica es de Zamora” o “Ese tío es zamorano”. Madrid está lleno de ellos. Estamos casi todos aquí. Y eso no es bueno. Significa que de Zamora sigue marchándose gente. Emigrando a tierras más prósperas.