Ahora que quieren poner de moda la zeta, empezando por Zapatero y siguiendo por Zaplana, no estaría mal que otra ilustre zeta, la que encabeza el nombre de la ciudad donde nací, Zamora, saliera del olvido y del desprecio al que está castigada. Es la tierra que todo aquel que visita luego recomienda a sus amistades, la que sale en los documentales sobre tesoros del patrimonio y placeres gastronómicos, a la que acuden algunos juerguistas de ciudades vecinas durante los fines de semana, la que aparece tanto en la tele cuando se celebra la Semana Santa, la que destacan las estadísticas como un lugar plácido en el que se fomenta la calma, la tierra a la que regresamos tarde o temprano, unos antes que otros. Y sin embargo…
Quienes se ven forzados a emigrar, no digamos todos, pero sí la mayoría, anhelan regresar para vivir allí de nuevo. Y siempre andan buscando alguna oportunidad, ya he citado varios casos y hoy citaré alguno más. Una amiga que trabajaba antes en Madrid consiguió que la trasladaran a León, donde la misma empresa en la que está empleada tiene sucursales, oficinas, o lo que sea. Le gusta León porque no es Madrid. Le gusta León porque es otra pequeña maravilla, algo que rechazarán quienes viven allí desde niños. Pero, sobre todo, le gusta León por su proximidad a Zamora. Mientras buscaba otros destinos, ella ya sabía que iba a ser imposible trabajar en Zamora. Por eso buscó lugares cercanos a la provincia. Ciudades en las que sentirse más próxima a su tierra, llevando un estilo de vida no muy distinto, aunque, seguramente, con más alternativas de ocio. La otra noche, un amigo que anda de acá para allá me dijo que sería feliz si lograra un puesto de trabajo en Zamora. También probó Madrid, se desencantó y ya no vive en la capital del reino. En sus últimos esfuerzos para cambiar de puesto de trabajo tanteó ciudades próximas a nuestra tierra. De momento, no lo ha logrado. Pero ya saben: quien resiste, gana, o eso. Lo cierto es que para sobrevivir en Madrid (y me refiero a sobrevivir en cuanto al estado de ánimo) se necesita ser un tipo tan raro como yo, un bicho extraño al que le obsesione alimentarse de movidas culturales: montones de librerías, de teatros, de cines, de museos, de lugares donde se celebren conciertos.
Esta ciudad con zeta padece esos caprichos: la mayoría de quienes viven en ella quiere salir y vivir en otra parte; la mayoría de quienes viven fuera de ella quiere volver y vivir allí. Uno de los problemas de Zamora, de esa herida que sangra ciudadanos que emigran, es que, si hubiera puestos de trabajo para todos, si nadie se marchara de allí a buscarse los garbanzos en otras latitudes, la ciudad acabaría convertida en un monstruo que desagradaría a sus habitantes. Me explico. Con monstruo me refiero a que, con más habitantes, con más puestos de trabajo, con más industria y comercio y tal, con más gente que se asentara para prosperar y formar una familia, la ciudad terminaría creciendo de tal modo que nos veríamos obligados a decir adiós al sosiego, a la calma, a la tranquilidad, a eso que muchos llaman vivir bien. De ahí podría pasar a convertirse en una ciudad más ruidosa, con más tráfico (y tiene demasiado, merced a los desmanes del anterior alcalde), con más delincuencia, con más miseria en las calles. Y sus habitantes se quejarían. Que si ya no es lo mismo, que si antes se vivía mejor, etcétera. Esto significa, acaso, que la ciudad está atrapada en sí misma. Pero ya se está expandiendo. En fin, ahora que quieren poner la zeta de moda, no sería mal negocio que se acordaran un poco de nosotros. Aunque sea para fomentar el turismo.