jueves, septiembre 06, 2007

Su mayor enemigo

Probablemente la televisión sea el mayor enemigo del escritor, del poeta, del filósofo, y, a la vez, el único medio que le concede toda la publicidad que tal vez anhela. Hay y hubo unos cuantos escritores a quienes el vulgo sólo conoce por sus intervenciones televisivas, porque un día aciago los entrevistaron o salieron en un debate y soltaron frases desafortunadas o aquella tarde les asistía el mal humor y las cámaras estaban allí para recoger el momento histórico. Que no es tan histórico, pero la maquinaria televisiva nos hace creer que sí.
Tras la muerte de Francisco Umbral encontré en numerosos periódicos (ya fuese en el texto o incluso en los titulares) su célebre frase “Yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Es cierto que dicha sentencia definía, en cierta manera, el egocentrismo de Umbral. Pero todos somos egocéntricos a nuestra manera. Y Umbral lo único que hizo, aquella vez, fue no dejarse torear en una plaza en la que había sido invitado sólo para hacer bulto, para subir la audiencia, y no para hablar de literatura, que es un tema que no interesa apenas a los espectadores, que no vende. No se dejó torear porque le habían hecho creer que iba a hablarse de libros y comprobó que no, que era todo un montaje y una excusa. Siempre me pareció una reacción valiente, aunque sobrada de furia. Si, en vez de protestar en directo, Umbral lo hubiese escrito al día siguiente en su columna, no hubiera utilizado la furia, sino la ironía. Mucha gente sólo conoce a Umbral por esa intervención. Para el vulgo, Umbral es el tipo de gafas de “Yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Y, sin embargo, escribió grandes obras, también libros mediocres, y miles y miles de artículos, amén de las entrevistas, los esbozos biográficos y los reportajes de sus primeras andanzas periodísticas. Lo mismo podemos decir de Camilo José Cela. La mayoría de la gente no conoce el esplendor y la serenidad de “Viaje a la Alcarria” y “Pabellón de reposo”, ni la brutalidad de “Mazurca para dos muertos”, ni esas columnas para los periódicos en las que hizo malabarismos con la lengua y con palabras hoy en desuso. Pero la gente sabe que Cela afirmó en televisión que tenía una gran habilidad para absorber, por vía rectal, el agua de una palangana. “Cela: sí, hombre, el de la palangana”, me dicen algunas personas. “Pero, ¿has leído alguna de sus obras?”, pregunto yo. “No, porque me cae mal. Ya sólo con eso del culo y la palangana…” Ese es el daño que hace la televisión a los escritores. Sin olvidar al bueno de Fernando Arrabal, que la montó parda cuando acudió ebrio a un debate de televisión entre (supuestos) intelectuales. Y aquí reconozco mi culpa, pues me sé casi de memoria su intervención en dicho programa, pero no he leído otra cosa de su cosecha que algunos artículos y varias semblanzas. No olvido a Fernando Fernán-Gómez, que ha dirigido grandes películas como “El viaje a ninguna parte” (y que escribió la exquisita novela en que se basa aquella) o “El extraño viaje”, y que cuenta con admirables actuaciones, como su Lucas Trapaza en “El pícaro”, o sus papeles en “Belle epoque”, “La lengua de las mariposas” o “El abuelo”. Y, sin embargo, en España es más conocido por sus legendarios cabreos ante las cámaras.
La televisión es un arma de doble filo. Los hizo famosos, a todos ellos, de una manera que no hubieran logrado gracias a sus libros, o a sus películas, o a sus columnas, o a sus obras teatrales, pero al mismo tiempo mostró la cara más agria de cada uno, o la más tontorrona, o la más desafortunada. Cada vez que una cámara de televisión se acerca a un escritor, éste debería echarse a temblar.