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Pero el libro se centra en su madre, y es el eje alrededor del que todo gira: su vida y su obra. Cuando era un niño, a su madre la asesinaron. Apareció muerta en su descampado. El caso nunca se resolvió, no atraparon al asesino. Luego Ellroy, obsesionado por esa historia y por su madre, a la que odiaba y deseaba a partes iguales, se obsesionó también con La Dalia Negra y con todas las mujeres asesinadas. Dejó de robar, se desintoxicó, se puso a escribir. El resto es conocido.
Ellroy divide su obra en cuatro capítulos: el que cuenta el descubrimiento del cadáver de su madre y la investigación inmediata; sus años de niño y adolescente problemático; la historia del detective que, años después, le ayudó a desempolvar los informes e intentar resolver el caso; y la investigación que hicieron él y el detective. Sólo hay un problema, y es la nómina tan exhaustiva de datos, nombres y fechas (propia de su obra, por otra parte) que lastran un poco la segunda mitad del libro.