He seguido con expectación el caso de ese escritor polaco, Krystian Bala, al que han considerado culpable del asesinato de Dariusz Janiszewski, muerto hace unos siete años. Como sabrán a estas alturas, lo curioso del juicio y de la acusación y del veredicto final no está en el asesinato en sí, sino en que Bala, al parecer, torturó a Janiszewski y lo arrojó al río y después lo narró con pelos y señales en una novela sobre el crimen perfecto. No tan perfecto: la policía leyó la novela y consideró los paralelismos entre la realidad y la ficción. El libro se titula “Amok”. Aunque no tienen pruebas materiales, lo han sentenciado a pasar veinticinco años a la sombra. Todo lo contrario que el protagonista de “Amok”, llamado Chris, quien sale indemne del asesinato de un empresario. Con pruebas materiales me refería a huellas, pelos o cosas así. Pero existen otras evidencias: la mujer de Bala fue amante de la víctima. El día de la muerte de Janiszewski, éste recibió una llamada desde un teléfono que también marcó el número de la madre del novelista. El móvil del fallecido fue vendido por Bala en una subasta. Etcétera.
En un artículo de Roberto Bolaño sobre dos autobiografías de escritores en lengua inglesa, a saber, Martin Amis y “Experiencia” y James Ellroy y “Mis rincones oscuros”, Bolaño cita a Nietzsche para hablar de la relación entre esos autores y los infiernos por los que pasaron, ya que una prima de Amis fue asesinada, y también lo fue la madre de Ellroy. Copio el párrafo: “Pero Amis, cuando se acerca al abismo, cierra los ojos, pues sabe, como buen universitario que ha leído a Nietzsche, que el abismo puede devolverle la mirada. Ellroy también lo sabe, aunque no haya leído a Nietzsche, y ahí radica la principal diferencia entre ambos: él mantiene los ojos abiertos. De hecho, no sólo mantiene los ojos abiertos, Ellroy es capaz de bailar la conga mientras el abismo le devuelve la mirada”. Por tanto, dos formas de relacionarse con los abismos y los infiernos: cerrando los ojos; o manteniéndolos abiertos. Digamos que Bala, el autor de “Amok”, ha roto estas reglas. Lo suyo no es abrir o cerrar los ojos al abismo, sino meterse en su interior, convertirse en el protagonista, en el monstruo, y luego contarlo en un libro con los ropajes de la ficción. Bailar la conga con el abismo. El autor ya no contempla o rechaza el horror, sino que él se convierte en el horror mismo. Digamos que esta novela, que gozó de gran éxito de ventas en su país, puede ser considerada ahora bajo otro prisma. Un prisma inmoral, cruel, pecaminoso, bastardo y canalla. Podríamos incluso hablar de un nuevo género: la snuff novel, o sea, lo que la snuff movie fue a las películas, pero con libros, un género asqueroso, por tanto, y esperemos que el último ejemplo de su especie.
Aunque el libro salió hace cuatro años, me conozco el paño: si no prohíben el texto ahora que conocemos la realidad, no faltará la editorial española que se apresure a traducirlo y a publicarlo. No lo olvidemos: se describe un crimen real y, por esa razón, dará morbo. Si aparece en castellano, y si tiene críticas buenas, incluso es posible que me lo lea. Como leí otro libro de dudosa moral, pero imprescindible: “El asesinato considerado como una de las bellas artes”. Pero, volviendo a los abismos, aconsejo la lectura de “Mis rincones oscuros” porque en ese libro de memorias el gran Ellroy cuenta varios casos de asesinatos cometidos en Los Ángeles. Cada vez que uno lee una página se da cuenta de que el mundo está aún peor de lo que pensaba, y que se cometen los crímenes más horrorosos que se puedan imaginar.