Hace unos días volví a ver la que, a mi juicio, es la mejor película del director David Lean: “Lawrence de Arabia”. Eso sin contar que aún no he visto “Breve encuentro”. La versión que tengo en dvd, además, dura unos veinte minutos más. Es la famosa edición restaurada de unos años atrás. “Lawrence de Arabia” es uno de esos títulos que jamás aburren, a pesar de su duración: casi cuatro horas. No se cansa uno de ver a Peter O’Toole recorriendo el desierto. Al dvd lo acompañan fantásticos extras, como esa entrevista con Steven Spielberg en la que éste detalla sus planos favoritos y rememora el momento en que la descubrió en cine y volvió varias veces a verla en pantalla grande, absorto en aquel espectáculo de sol, arena y caballos. También yo la vi en cine, en un reestreno. Es donde debería disfrutarse. En esta revisión he descubierto varias cosas que se me habían pasado por alto: me refiero a la influencia de la película (principalmente en cuanto a planificación se refiere) en largometrajes posteriores. Hay planos y situaciones casi calcados en obras como “En busca del arca perdida”, “El imperio del sol” o “Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno”. Lo interesante de Lean no es sólo su celebrada planificación (esas siluetas que se divisan en el horizonte, esas figuras que se recortan a contraluz, esas escenas de masas, ese montaje que pasa de la llama de una cerilla al amanecer en el desierto), sino el sugerente retrato de un hombre ambicioso y noble que va cayendo en el abismo interior a medida que él y los ejércitos masacran enemigos, los militares británicos incumplen sus promesas y la arena se tiñe de sangre y horror. En este sentido es esencial la interpretación de O’Toole.
Al final de la película, Lawrence es un hombre atormentado, silencioso, despiadado y terrible, decidido a salir del Oriente y llevar una vida vulgar, como la de los demás. No veía el filme desde hacía años, y sin embargo recordaba algunas escenas y algunos diálogos del guión de Robert Bolt (guionista de “Doctor Zhivago”, “La hija de Ryan” y “La misión”). Esto sí es cine de verdad, con majestuosos personajes y diálogos rotundos, y no esas bobadas que hacen ahora, como “Transformers”.
Citemos un par de momentos magistrales de la película. Atravesando el desierto, un hombre cae de su camello, pero sus compañeros no lo advierten hasta un rato después, cuando no hay rastro del jinete caído. T. E. Lawrence decide regresar a por él, a pesar de los consejos de Ali (Omar Sharif), quien dice que está escrito que ese hombre morirá en el desierto. Lawrence, compasivo y cabezota, desoye el consejo y responde: “Nada está escrito”. Ali insiste: si vuelve a por el caído, no llegará a su destino, Aqaba. El inglés contesta: “Yo llegaré a Aqaba. Eso sí está escrito. Aquí”, y señala su cabeza con un dedo. Rescata al hombre extraviado cuando estaba a un paso de morir y la tribu acoge a Lawrence como un héroe. Pero poco después hay un conflicto con otra tribu y el inglés se presta para ejecutar, según la ley, al infractor. Es el único medio de resolver el conflicto, porque él no pertenece a ninguna tribu y es extranjero. Coge un revólver y se dirige al hombre a quien debe ajusticiar. Para su horror y sorpresa, Lawrence descubre que el tipo que va a matar es aquel que unos días atrás rescató de la muerte. Así que cumple y lo asesina, pero la ejecución hará mella en él para siempre. El personaje de Anthony Quinn pregunta qué ocurre. Ali responde: “Ha matado al hombre que rescató en el desierto”. Y Quinn dice: “Ah, entonces estaba escrito”. Me recordó a un viejo cuento sobre un hombre que huye de la ciudad en la que le han anunciado que le buscará la Muerte y se topa con la Muerte en otra ciudad.